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MANIFIESTA

Discusiones varias

(el texto que sigue a continuación es una respuesta a otro que plantea básicamente que para cambiar un sistema hay que oponerle otro y de allí deduce la necesidad del Partido; al mismo tiempo afirma que las prácticas que se alejan de la idea de Partido, funcionan como islas mientras el sistema se afianza. Va publicado sin el primer texto porque las ideas que se cuestionan aparecen expuestas de distintas formas en el desarrollo)

De islas y aislamientos

En general las acusaciones, a veces, disfrazadas, de críticas paternalistas, a las prácticas de pequeños grupos, por lo menos, autónomos, es decir que no responden a ninguna organización institucional partidaria o sindical tradicional, que proviene de esas instituciones, se estructuran a partir de un falaz e intencionado planteo deductivo. La falacia recae en que estos análisis establecen una premisa que no necesariamente es cierta, o que por lo menos es parte de una más amplia, la premisa es la siguiente: la práctica por fuera de las instituciones, que ellos promueven, implica el aislamiento y la negación del contexto o coyuntura en que esa práctica se inscribe. Es cierto que esto puede suceder, pero no implica que sea lo único que puede suceder. Cabría plantear la acusación como pregunta: ¿la práctica de, por ejemplo, una asamblea distrital, implica no mirar el contexto, implica aislarse, implica negar, justamente, que esa práctica se inscribe en una coyuntura? Personalmente respondo: no necesariamente. En lo que a nuestra experiencia respecta –que tiene su correlato en muchas otras- esa práctica es la respuesta a la propia coyuntura, no sólo no niega su inscripción en un contexto que la contiene y afecta, sistema, sociedad, o como guste llamárselo, sino que parte del análisis de sus paradigmas, acciones y consecuencias, para intentar dar respuesta, para instrumentar una salida, que efectivamente lo destruya. Ahora bien, responder “no necesariamente” implica que también existe la posibilidad que la misma práctica implique el aislamiento –posibilidad a la cual se ha denominado “autonomismo” -, pero totalizar una de las posibilidades es una falacia, que las más de las veces se basa en un intencionado sectarismo. Porque lo que las prácticas autónomas cuestionan, en tanto respuesta a la coyuntura, no es sólo el sistema en el que se inscriben, sino también los prácticas que lo sostienen, aún cuando se pretendan opuestas. Y muchas veces demuestran que existe en potencia otras formas de organización efectivas y que quienes se arrogan el monopolio de las luchas no sólo no tienen la última palabra sino además que su Verdad no es absoluta. El aislamiento sucede, y se fomenta, en la lógica de Partido, que puede ser tanto en un Partido, como en un sindicato, sólo que de distinto modo; allí lo que aísla son las ideas convertidas en dogma, todo lo que quede fuera del análisis dogmático que efectúan queda fuera, aún la propia realidad. Entonces, el aislamiento no depende del modo de acción política, de forma tal que una práctica en particular lo excluya.

De instituciones y organización

Cuando las prácticas, que intentamos sostener y promover, cuestionan esas pretendidas verdades absolutas lo primero que surge para discutirlas e invalidarlas es una serie de argumentaciones históricas. En lo que respecta a la organización de los trabajadores aparece la incondicional afirmación de que “el sindicato es la herramienta de los trabajadores” que como funcionó alguna vez debe seguir funcionando. Podría ser, pero no lo es (los ejemplos aportados sobre las elecciones de ctera dan cuenta de esto) Cabría preguntar ¿en cuánto afecta que una organización sindical tenga o no el aval del Estado, es decir, sea aceptado por éste para funcionar? En nuestro país rige una ley de asociación sindical –que data del 1º peronismo- que establece que solamente es posible una asociación sindical por rama, y que ésta debe tener el aval del Estado. Es decir que el Estado da permiso para organizarse. Podría preguntarse entonces, los trabajadores ¿necesitan el permiso del Estado para organizarse? ¿Existe la posibilidad de que esto no sea así? ¿O podría argumentarse que de otra forma, sin la exclusividad, la organización obrera estaría fragmentada? Este punto no me parece menor y quienes defienden a ultranza a los sindicatos pasan por alto, o bien cuando se lo menciona o se les reclama respuestas quedan pedaleando en el aire, ya que deben aceptar que, tal como están dadas las cosas, necesitan el permiso del Estado, es decir, necesitan el permiso de aquello que están tratando de destruir, lo cual es paradójico. Con respecto a los sindicatos se abren dos cuestiones, por un lado la organización sindical ha demostrado poco, sobre todo en los últimos años, con respecto a la defensa de los derechos de los trabajadores, de hecho aparecen más como cómplices del Poder –a veces obscenamente-. Esta es una de las principales caracterizaciones que tenemos, algunos, acerca del “sistema ya armado y organizado”: los sindicatos son parte funcional de este sistema, funcionan como contenedores de los movimientos obreros, contienen, detienen, aplacan, retardan, todo reclamo que pueda surgir desde los lugares de trabajo. ¿Cuál sería el sentido, entonces, de recuperarlos? Aquí aparece la otra cuestión, que es una concepción instrumentalista que sostiene que el sindicato es una herramienta mal manejada, y que bastaría con “recuperarlo” para que vuelva a ser lo que alguna vez fue (Sería interesante hacer un relevamiento de las experiencias que están intentando realizar esta tarea de “recuperación” que algunos compañeros están llevando adelante desde hace años, con muy poco suerte, aunque con mucho empeño) Ésta no duda de las bondades de la herramienta que con sólo cambiar de manos serviría a nobles y proletarios fines, con el mismo razonamiento se podría pensar en el Estado, y de allí a la idea de la toma del Poder hay un solo paso. Pero el problema es justamente que la herramienta, todas y entre todas también el sindicato, es la institucionalización de una novedad. Los sindicatos fueron la respuesta que la clase obrera inventó ante la formalización de una particular etapa del capitalismo (y de hecho cabe señalar que ésos sindicatos u organizaciones gremiales diferían en mucho de los actuales, por ejemplo en lo que señalaba del reconocimiento estatal). La potencia de la invención fue absorbida por la institución. No deja de llamar la atención que se celebre la invención de las clases obreras de fines del siglo XIX y comienzos del XX y se nos niegue, critique y denoste la misma intención, es decir el pretender inventar nuevas herramientas para dar respuesta y acción a nuevos contextos. Se trata pues de inventar, no sólo el modo de destrucción del sistema y del Poder, sino de nuevos modos de vida, de nuevos vínculos entre quienes habitamos este u otro lugar. Y el problema en este punto es que algunos decidimos no aferrarnos a recetas que prometen soluciones seguras, sino que apostamos a la construcción colectiva de esas novedades, en donde cada quien aporta su parte sin que nadie lo dirija. La horizontalidad, en este sentido, no es una receta, sino que es la posibilidad de que, efectivamente, suceda la participación igualitaria de cada quien. Cosa que no sucede en la lógica de Partido ni en los sindicatos, como es de público conocimiento. Ni sucederá, justamente porque el paradigma sobre el que se construyen es el opuesto. Pero además, lo más significativo me parece es que evidentemente no funcionan, basta solo pensar, por ejemplo, que UTE (sindicato de base de ctera en la ciudad) nace en el ’88 y de allí a esta parte la educación pública ha sido consecuentemente vaciada sin que el sindicato opusiera resistencia (y aquí ellos vuelven al paternalismo acusando a quienes no están en el sindicato… y la rueda comienza a rodar de nuevo) Existe otra forma de argumentación, no histórica, que se usa en contra de nuevas formas de participación: es la de afirmar que esas nuevas formas niegan la organización. Obviamente quien efectúa esa afirmación parte de un paradigma inamovible del modo de organización, es decir, si existe Un solo modo de organizarse, toda forma de organizarse que no sea ese Uno niega, con su sola aparición, a ese Uno. Dentro de ese paradigma lo que no sea ese Uno no será organización. Porque la aparición de otras posibles formas de organización demuestra que ese Uno no es único, y entonces deberá ser combatido, de ahí que incomode tanto la aparición de nuevas formas de organización.

De lo especular

La idea de que a un sistema armado y organizado hay que contraponerle otro sistema organizado corre el riesgo de la especularidad. Como en un espejo ambos sistemas se reflejan y uno reproduce lo que el otro produce. Para terminar, simplemente, cambiándolo, intercambiando uno por otro, es decir sacando a los viejos opresores para poner nuevos. Es la idea del contrapoder, a un Poder se le opone otro Poder, que suscribe a la idea de un Buen Poder. A mi entender, junto con no pocos, el Poder es opresión y el contraPoder no es más que una opresión distinta. Allí no hay emancipación. Al sistema existente hay que destruirlo inventando nuevas formas de emancipación que no reproduzcan las viejas formas, y esto no es ni fácil ni se logra rápido. Invariablemente lo nuevo se nutre de lo anterior, pero no lo reproduce, no lo absolutiza, no lo totaliza, sino que lo sintetiza a través del sujeto y hacia la coyuntura. No usa el pasado como molde del presente. Imagina el futuro para inventar posibles y distintos presentes. De cómo lo logre y de por qué se pueda efectuar más o menos sólo podremos dar cuenta más adelante, aunque la ansiedad nos carcoma. De la participación Insisto en discutir la acusación que se hace a las prácticas autónomas de negar la organización para hacer hincapié en que no existe, en nuestro planteo y acción, la pretensión de negarlas sino que hacemos una categorización distinta de cómo lograrla. Y ponemos en primer lugar, antes de la organización, la participación. Es decir sólo se puede organizar lo que existe. Y que una vez dada la participación real (esto de la participación real lo desarrollo en otro texto que probablemente les envíe) la organización cobrará la forma que deba, sin imposiciones de ningún tipo. De otra forma sólo hay imposición. La imposición es un paradigma del Poder, y algunos, entre los que me cuento, pretendemos una construcción que no se funde en la opresión de unos sobre otros. Y aquí radica la diferencia. El problema es, nuevamente, que quienes (nos) acusan de negar la organización son quienes entienden, y pretenden imponer, un solo modo de organización. Y aquí sucede un interesante hecho casi semántico: las apuestas a nuevos modos de organización niegan, no la organización en sí, sino que ésta se de de una sola forma, por lo tanto niegan LA organización, afirmándola, realizándola de hecho (esto podría explicarse mejor en una charla… o no)

El problema de fondo es cómo pensar el Poder, y según esto cómo pensar la organización.

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