Blogia

MANIFIESTA

Después del temporal

Implacable, llega el agua. Y arrasa, destruye, devora.

La luz del día muestra lo que quedó, lo que ha sido escupido, vomitado, por el agua que arrasa, lo que hasta hace poco era bien, útil, desde el confort a la necesidad, ahora es basura.

Lo que antes era útil ahora es basura amontonada en las esquinas.

Pero cuando baja el agua deja, también, otro tendal, igual de sucio, igual de inútil que el colchón mojado, exactamente igual a la basura acumulada en las esquinas de varios barrios de esta ciudad.

El temporal puso en evidencia, otra vez, lo frágil que es la vida en la ciudad, lo desprotegidos que están sus habitantes, y sobre todo lo engañados que vivimos pensando que esa entelequia llamada Estado hace lo que supuestamente debería hacer.

Un empresario como gobernante es la peor tragedia que le puede suceder a una ciudad, su tarea es hacer negocios, no gobernar.

La consecuencia de esos negociados, que han consistido simplemente en Hacer obras inútiles para la ciudad, vendiéndonos que eran necesarias -metrobus, bicisendas, enrejados de plazas, vaciamientos varios- y NO Hacer lo que evidentemente era necesario, lo que la ciudad necesitaba para que los fenómenos naturales no se conviertan en catástrofes, en tragedias, decía, las consecuencias de esos negociados están a la vista, como la basura en las esquinas.

Un empresario sólo piensa en hacer negocios.

Un empresario que gobierna sólo piensa en hacer negocios.

En toda la basura que dejó el temporal y las inundaciones, empresario gobernante, estás vos.

Se perdieron muchos bienes materiales con el agua implacable que arrasa.

Más se perdió al entregarle a un empresario el gobierno de la ciudad

En el vómito de la inundación estás vos.

Algunas cuestiones sobre Participación -tercera parte- (final)

Participar

            Anteriormente –en la primera parte de este escrito- señalamos que la necesidad de adjetivar la idea de participación (como real o falsa, y las que pudieran surgir) daba cuenta, por lo menos, de un problema, que tenía su nacimiento en una confusión. Tal adjetivación evidencia que existe algo que es participación y otra cosa que se denomina de esa forma pero que es distinta y hasta podría llegar a ser opuesta.

 

            Vamos a comenzar afirmando que, del mismo modo que en lo referido sobre la asamblea, participar es una práctica, un hacer. Pero ¿hacer qué?

            Las definiciones de participar la relacionan con la palabra parte, y establecen una acción sobre esa parte: participar es tener parte, tomar parte.

            ¿Qué entendemos, entonces, por participación en sentido político? ¿Tomar, tener, parte de/en, qué? (Antes de seguir: fácil es relacionar este participar en qué con una definición, de hecho, de política en la cual ésta sólo se trata de negociados y de acomodamientos personales. Esta noción de política tiene dos aspectos fundamentales: por un lado la afirmación de que la política es algo sucio, noción derivada de la tarea cultural ejercida por la última dictadura que vivió nuestro país; por otro, la evidencia de los enriquecimientos que la gran mayoría de los “políticos” de profesión lograron en la década de los ’90 -y siguen logrando-. No está demás aclarar que no consideraremos a esto política, sino, por lo menos, mezquindad u oportunismo)

 

            Siguiendo el desarrollo que venimos exponiendo, aparecen unos principios que posibilitarían que la participación suceda, a saber:

  • quienes son afectados por circunstancias o problemáticas particulares son capaces de decir algo sobre el hecho en cuestión
  • a la vez, lo que cada quien aporte tiene que sumarse, necesariamente, a lo que digan otros, también afectados por la circunstancia común
  • esta suma de aportes debe darse en un espacio común de encuentro y discusión

            Si estos principios, en tanto tales, dan comienzo a alguna práctica, ésta será la del encuentro y la discusión, a partir de los cuales existirá la posibilidad de generar proposiciones a modo de respuesta ante las circunstancias que fueren.

            En este punto aparece lo que vamos a considerar clave en la participación.

 

            Esas proposiciones, construidas colectivamente –mediante el encuentro, la discusión y el consenso- y planteadas como respuestas a problemáticas particulares, producen decisiones

            Toda decisión implica un corte con lo anterior -su etimología habla de separar cortando-. Cuando esa separación es decidida en conjunto cada uno aporta lo propio y a la vez tiene parte en la decisión, y es responsable por ella.

            La participación está relacionada directamente con la posibilidad de producir decisiones.

            Por lo tanto donde no hay posibilidad de decidir, no hay participación posible, ya que no hay diferentes formas de participación –en el sentido político que referimos-. Ésta reclama el encuentro, la discusión, el consenso y la puesta en práctica de lo acordado.

            Estas cuatro instancias, que se verifican en la práctica asamblearia, devienen una capacidad fundamental: la de decidir sobre aquellos asuntos que nos afectan.

            Participar, entonces, es la posibilidad de tener parte en la decisión de asuntos que nos involucran o afectan.

 

Pertenecer

            ¿Qué es lo que impide la participación? Tal vez, teniendo en cuenta nuestro contexto, sería mejor preguntar qué es lo que conspira contra ella.

            Obviamente no existe una sola condición que coarte la posibilidad de participación, sino varias. Pero podría decirse que existen algunas situaciones principales de las cuales derivan otras.

            Una de las principales es la idea de re-presentación y, de la mano de ésta, la idea de pertenencia.

 

            Casi como en un juego de espejos, existe otra palabra relacionada con parte: pertenecer. Pero en un sentido, muy, distinto ya que pertenecer implica formar parte. Contiene también la idea de “extenderse hasta”, es decir que la noción de pertenecer delimita una frontera, define un adentro y un afuera, cierra una identidad, establece un Uno, donde los sujetos forman parte, lo que no implica necesariamente que tomen parte, sino que por su posición en la extensión delimitada consolidan el límite, la frontera, la extensión de ese Uno absoluto. Y, por último, define como objeto, convierte en objeto, a la persona, al sujeto.

            Y esa delimitación contempla como reverso necesario la exclusión de todo aquello que no forma parte del Uno. Establece lo que está fuera como opuesto, como contrario, como enemigo.

 

            De estos dos aspectos, delimitación y exclusión, se alimenta y sostiene toda institución y toda institucionalización.

            Para toda Institución la persona es un objeto que delimita sus fronteras. Esto es comprobable en cada modo de acción de todo Estado-nación (que tal vez sea la Institución paradigmática de nuestra época de la lógica de representación e institucionalización).

            Pero también para la persona la pertenencia a la institución permite una garantía, que puede nombrarse como seguridad o comodidad, ya que en tanto objeto de la institución[1] no es necesaria su acción, su participación activa.

            Parafraseando una vieja publicidad corporativista: “pertenecer tiene sus privilegios”, podría decirse: el privilegio de pertenecer es no participar; el privilegio de pertenecer es ser parte-objeto, no tomar parte-ser sujeto.

            Pertenecer implica quietud, inmovilidad, en tanto considera a la persona un objeto, cuya función es la de delimitar, y sostener, a través de su propia quietud, el cuerpo de la institución, al mismo tiempo que la legitima por su extensión.

            El primer antídoto contra la participación es la necesidad, generada y fomentada culturalmente, de pertenecer a alguna institución.

 

            Sin embargo podría suceder que una, o varias, situaciones provoquen movimiento, activen la inquietud, de quienes pertenecen a cualquier institución, y que éstos, movilizados, comenzaran a accionar promoviendo participación, para sí y para otros.

            En este caso sería necesario un segundo antídoto.

            Que no sólo existe sino que está ampliamente expandido en cada rincón de la sociedad, en cada ámbito de la vida de toda persona.

 

Delegar-representar

            La cómoda garantía y tranquilidad del pertenecer se circunscribe, de alguna manera, al plano individual. Conforma, y ratifica, un aspecto del individualismo contemporáneo.

            Sin embargo cuando alguna situación provoca la intención de salida de ese individualismo, comienzan a operar mecanismos más complejos y, tal vez por ello más, efectivos.

            Si una comunidad ante un/os hechos que la afectan hace efectiva, para sí y para todos, la participación, invariablemente encontrará en algún momento de su movimiento, manifestándose de diversos modos, una traba.

            Esa traba es el par delegar-representar.

 

            La cultura política contemporánea reinante impone y exige la re-presentación, es decir, la existencia de alguien en quien confluyan, de alguna forma válida para sí y para el Poder, la decisión de otros. La expresión máxima de esto es el sistema democrático, formal, en sí mismo.

            Para que este sistema funcione, y esté garantizada su reproducción y continuidad, es necesario que muchos deleguen en el re-presentante su capacidad de decidir. No es de la incumbencia de este trabajo profundizar el análisis de esos mecanismos (sobre el cual distintos autores han escrito mucho y muy bien) pero sí mencionar que estos mecanismos forman una cultura, y que ésta se instala profunda y sutilmente en todos nosotros, naturalizándose, y que participación y delegación son opuestos irreconciliables[2]. Una produce decisiones y otra reproducción sistémica (cabe señalar que el problema no es sólo que en determinado momento de la participación aparezca la traba de la re-presentación, sino también que quienes están generando participación suscriban y esperen la delegación o terminen promoviéndola, anhelen ser representantes).

 

Incógnita desafiante

            Las situaciones que han disparado estas cuestiones sobre Participación, y todas aquellas con las que éstas tienen puntos en común, evidencian que a pesar de las condiciones de reproducción de un sistema conservador y reaccionario, según conveniencias absolutamente ajenas a todos nosotros, la posibilidad de que surjan iniciativas políticas de interrupción de tales continuidades es real y potente y está en movimiento.

            La cuestión principal es que esa posibilidad encarna un desafío y una incógnita al mismo tiempo:

            El desafío aparece como la posibilidad de profundizar al máximo las instancias que partan de las voces de los afectados por alguna situación para llegar a acciones que se sostengan en nuevas proposiciones políticas. Porque el desafío implica, además de la particularidad específica del conflicto y su probable solución, la puesta en acción de un modo de pensar y hacer política que no esté supeditado a mezquindades sectarias ni a lógicas institucionales reproductoras de aquello que dicen estar combatiendo.

            Detrás de ese desafío aparece la, casi obvia, incógnita ¿seremos capaces de hacerlo?

            Claramente no será fácil, no sólo por los distintos mecanismos que circulan en la sociedad para coartar, oscurecer, aplastar o ignorar, las novedades políticas que puedan aparecer, sino también porque muchas veces esos mecanismos los tenemos incorporados en nosotros mismos.

            Tampoco será fácil ya que nos reclamará esfuerzo y el emprendimiento de tareas para las cuales no sólo no nos habremos preparado, formalmente por decirlo de algún modo, sino que tampoco hubiéramos imaginado tener la necesidad de abordar.

 

            El desafío abre una incógnita, y la incógnita se vuelve desafiante.

            Con todo, y a pesar de la oscuridad del presente, se han abierto algunos resquicios y deberemos aprender qué hacer en ellos. En muchos espacios se ha evidenciado que la participación, como la hemos pensado en estos escritos, es una herramienta potente de transformación y acción política, aunque falte mucho por hacer.

 

            Es la intención de estas cuestiones ser un aporte, disparador, para que ese hacer sea efectivo y potente en nuestra realidad.

 

federico mercado

25 de diciembre de 2011



[1] Es importante advertir que al hablar de Institución no nos referimos solamente a cualquier institución formal -escuela, empresa, sindicato, estado, etc.- sino también a un modo del vínculo que cualquier grupo de personas puede establecer entre sí. Es decir un grupo de maestros que conforman una “asamblea” también pueden institucionalizarse, como de hecho ocurre.

[2] En alguna de las interesantes discusiones que mantuvimos durante los períodos que refieren estos textos, un compañero docente luego de describir ciertas situaciones realiza una fuerte síntesis “la mayoría de los docentes no quiere participar, quiere ser bien representado”.

A propósito del pasado

No nos es posible desligarnos del pasado, materia prima de nuestro presente.

Algunos pueden jugar al olvido. Pretender ignorarlo.

Quienes asumen esta posibilidad caen, invariablemente, en la estúpida certeza de creer que el presente es una isla a la deriva sobre la nada. Abjuran de sus padres y ni recuerdan tener abuelos.

 

Otros consumen la parafernalia del consumo. Y ni sospechan que lo que hay, y también lo que no hay, están por lo que ha sido.

 

Han nacido sin detrás, sin raíz.

 

Otros buscan en él algunas respuestas. Las más de las veces, las encuentran.

De allí cierta ligazón para con todo aquello que nos lo remita de alguna forma: libro, historia, objeto, recuerdo, leyenda.

Memoria, que le dicen.

 

Pero el pasado entraña una casi paradójica e inevitable situación: es siempre reconstrucción, algo tendenciosa, digamos subjetiva.

El pasado pasa a ser lo que cada uno ve, o quiere ver, elige ver, de lo que pasó. La confirmación, o no, de lo que uno cree.

Podría desentrañarse la paradoja pensando que en esas reconstrucciones está lo más rico de la inevitable situación.

Podría pensarse que hay que juntar todo lo que cada uno reconstruye y ver qué se hace con lo que la suma de visiones nos da (y también, a que negarlo, es posible pensar que esto es imposible)

 

Tal vez sea que es posible pensar algunas ideas del hoy a través de los hechos del ayer. O que, por lo menos, éste es un modo de relación con el pasado.

Y entonces ¿no será que no se trata del pasado, sino de ideas? Relacionarlas con el pasado parece más una cuestión de estilo.

 

De algún modo la única forma de construir en el presente –construir y no reproducir las viejas prácticas que nos lo dejaron tal cómo está- es pensar el pasado, sí, pero negarle la cualidad de fundamento del presente, de principio explicador del hoy.

 

Pensar el pasado es, solamente, hacer uso de éste como medio para pensar. Lo importante, entonces, es pensar, extraer ideas de lo que pasó para hacer que nuevas cosas pasen hoy. Pensar el pasado es pensar más allá de éste, trascenderlo con ideas que surgen de la acción de pensarlo, pero no quedan encarceladas en él

 

El problema de la reconstrucción, del pasado, no es la subjetividad, sino la tergiversación.

Nadie está a salvo, por más buenas intenciones que tenga, de caer en reconstrucciones tergiversadoras. Como nadie está a salvo de reproducir en lugar de construir.

Dispositivo-opinión

Opinión. (Del lat. opinĭo, -ōnis). 1. f. Dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable.

Dispositivo, va. (Del lat. disposĭtus, dispuesto). 1. adj. Que dispone. 2. m. Mecanismo o artificio dispuesto para producir una acción prevista. 3. m. Organización para acometer una acción.

Opinión

Sucede un hecho. Nos enteramos. Lo contextualizamos con otros hechos, más o menos relacionados. Los pensamos uniéndolos como un todo. Y elaboramos un juicio sobre lo sucedido. Emitimos opinión. Ésta, invariablemente, es subjetiva. Y en ello radica su particularidad y su potencia. Porque un hecho podrá relacionarse con tantos otros como experiencias y sucesos haya atravesado quien va a opinar, y al mismo tiempo esa combinación podrá ser distinta cada vez. La opinión, en tanto subjetiva y múltiple, se valida a sí misma. Según lo que se acaba de exponer, la opinión funciona como un comentario sobre el hecho, un agregado que busca ampliar lo que al hecho en cuestión refiere, de forma tal que permita comprenderlo más profundamente, pero a partir de una proposición activa, es decir, a una especie de invitación a pensar en profundidad el hecho en cuestión. La opinión puede ser un comentario que potencie el pensamiento amplio y crítico sobre alguna cuestión. Como proposición abierta espera, de alguna manera, otras opiniones, a la vez que las fomenta. Y tal vez lo más trascendente de la aparición de una opinión es que bajo ésta subyace una idea y a su vez ésta produce pensamiento.

Dispositivo

Sin embargo en la actualidad la opinión fue convirtiéndose en parte de un dispositivo, extendido en forma masiva. Este dispositivo despliega los diferentes elementos del hecho en cuestión de modo tal de producir un efecto previsto: totaliza algunos aspectos, esconde u omite otros y concluye realizando una afirmación absoluta y categórica. Vamos a llamar a esto dispositivo-opinión. En la dinámica de este dispositivo se genera una situación particular: la afirmación absoluta y categórica parte de sí misma para volver a sí misma, es su propia antecesora. Por lo tanto intenta afirmar una verdad mediante una acción de distracción, que sería el aparente razonamiento que quien efectúa el dispositivo-opinión realiza para dar su “opinión”. Ese juicio pre existe a la “opinión”. Pensado al revés, si alguien emite un juicio, liso y llano, puede quedar invalidado ante otros en tanto subjetivo, por lo tanto se vuelve imperioso, para quien intenta imponer su juicio, evitar la invalidación, el dispositivo que estamos definiendo hace aparecer algo que aparenta un argumento que sostiene el juicio, por lo tanto éste se valida. Sin embargo el argumento suele ser el juicio transfigurado como argumento, por lo tanto no hay secuencia lógica que sostenga el dispositivo-opinión[1] , es un juicio, simple, que pretende validarse en un pensamiento que no contiene.

Opinión ciudadana e imaginario falaz

La extensión de este dispositivo sucede sobre todo en un espectro social que gusta de autoproclamarse “ciudadanía”. Esa categoría, la de “ciudadano/a”, en realidad es impuesta y forma parte de uno de los tantos dispositivos de Poder. La persona que se autodenomina “ciudadano” habla desde un lugar exterior a los hechos, pero superior, y pretende neutralidad, es decir, al emitir juicios categóricos y arbitrarios camuflados de opiniones, como ciudadano está dejando de lado, en su imaginario, aquellas funciones que lo atraviesan como individuo en la sociedad. Quien enjuicia como ciudadano pretende neutralidad al hacer desaparecer su género, edad, oficio, clase social, ideología, etc. Esos juicios, estructurados en el dispositivo descripto, utilizan un elemento primordial para su funcionamiento: la proyección de los mismos sobre una sociedad perfecta. Si se reúnen distintas enunciaciones sobre distintos temas, emitidas como opiniones y estructuradas en el dispositivo descripto, se encuentran dos factores comunes, que se alimentan mutuamente: uno es la indignación ante algún hecho y el otro es la sorpresa ante el mismo. Estos dos factores muestran que quien “opina” desde allí no considera a las condiciones de aparición[2]  de esos hechos las necesarias para esa aparición . Opera una contradicción básica y sin embargo casi invisible, al afirmar que algo sucede pero que no es posible que suceda, aunque sea comprobable efectivamente, se erige un imaginario falaz que oculta la realidad de la coyuntura que produce lo que produce. No es menor en esta construcción imaginaria la construcción cultural que producen los adelantos tecnológicos y el acceso a ellos de cierto sector de la sociedad[3].

Dispositivo- Opinión

Como mencionamos, el dispositivo-opinión esconde un juicio que pretende imponerse camuflado de pensamiento. Ese juicio se construye sobre un supuesto arbitrario y falaz. La importancia de desarticular el dispositivo consiste en desentrañar, y dejar expuesto, el supuesto que lo sostiene para discutirlo en toda su arbitrariedad. Pero también en intentar generar pensamiento allí donde las condiciones culturales impuestas por el Poder no sólo no lo permiten sino que instalan en el espacio del pensamiento elementos que lo suplantan, obturando toda posibilidad de desarmar los entramados que nos aprisionan.

[1] Este procedimiento es típico en los discursos racistas y/o xenófobos: “lo que pasa es que son de la villa, no quieren salir de la villa, porque son villeros de alma” el ser de la villa es el juicio que intenta sostenerse en la comprobación, que supuestamente conoce quien emite el juicio, de que no quieren salir de ese modo de vida porque es más cómodo, y al mismo tiempo el aparente razonamiento en que habría un “alma de villa” un ser ontológico villero (que no habría que confundir con la identidad barrial, que entraría en otro terreno). Sin embargo el “alma del villero” la tiene el que es “villero”, es decir el juicio parte de sí mismo para volver a sí mismo.

[2] Podría sintetizarse esta situación en la frase “cómo puede ser qué suceda tal cosa” , esta frase afirma que eso que sucede no debería suceder porque las condiciones existentes no lo permitirían, cuando en realidad si suceden es, justamente, porque no sólo es posible que suceda sino que es más habitual que lo supuesto. Se esconde detrás de esa frase un imaginario que establece cierta funcionalidad buena de la sociedad que lo contiene. Cabe mencionar el recurso opuesto que entra en otra categorización. Este recurso se sintetiza en la frase “ahora cualquier hace tal cosa”. Montada en la afirmación de la degradación social sostiene proposiciones reaccionarias y represivas. Pero esto excede el tema de este escrito, aunque son dos caras de la misma concepción social.

[3] Otra vez podríamos sintetizar en una frase “cómo si yo tengo este teléfono celular, con acceso a internet, en este automóvil con gps, no puedo acceder a tal lado por este corte de calle”

Discusiones varias

(el texto que sigue a continuación es una respuesta a otro que plantea básicamente que para cambiar un sistema hay que oponerle otro y de allí deduce la necesidad del Partido; al mismo tiempo afirma que las prácticas que se alejan de la idea de Partido, funcionan como islas mientras el sistema se afianza. Va publicado sin el primer texto porque las ideas que se cuestionan aparecen expuestas de distintas formas en el desarrollo)

De islas y aislamientos

En general las acusaciones, a veces, disfrazadas, de críticas paternalistas, a las prácticas de pequeños grupos, por lo menos, autónomos, es decir que no responden a ninguna organización institucional partidaria o sindical tradicional, que proviene de esas instituciones, se estructuran a partir de un falaz e intencionado planteo deductivo. La falacia recae en que estos análisis establecen una premisa que no necesariamente es cierta, o que por lo menos es parte de una más amplia, la premisa es la siguiente: la práctica por fuera de las instituciones, que ellos promueven, implica el aislamiento y la negación del contexto o coyuntura en que esa práctica se inscribe. Es cierto que esto puede suceder, pero no implica que sea lo único que puede suceder. Cabría plantear la acusación como pregunta: ¿la práctica de, por ejemplo, una asamblea distrital, implica no mirar el contexto, implica aislarse, implica negar, justamente, que esa práctica se inscribe en una coyuntura? Personalmente respondo: no necesariamente. En lo que a nuestra experiencia respecta –que tiene su correlato en muchas otras- esa práctica es la respuesta a la propia coyuntura, no sólo no niega su inscripción en un contexto que la contiene y afecta, sistema, sociedad, o como guste llamárselo, sino que parte del análisis de sus paradigmas, acciones y consecuencias, para intentar dar respuesta, para instrumentar una salida, que efectivamente lo destruya. Ahora bien, responder “no necesariamente” implica que también existe la posibilidad que la misma práctica implique el aislamiento –posibilidad a la cual se ha denominado “autonomismo” -, pero totalizar una de las posibilidades es una falacia, que las más de las veces se basa en un intencionado sectarismo. Porque lo que las prácticas autónomas cuestionan, en tanto respuesta a la coyuntura, no es sólo el sistema en el que se inscriben, sino también los prácticas que lo sostienen, aún cuando se pretendan opuestas. Y muchas veces demuestran que existe en potencia otras formas de organización efectivas y que quienes se arrogan el monopolio de las luchas no sólo no tienen la última palabra sino además que su Verdad no es absoluta. El aislamiento sucede, y se fomenta, en la lógica de Partido, que puede ser tanto en un Partido, como en un sindicato, sólo que de distinto modo; allí lo que aísla son las ideas convertidas en dogma, todo lo que quede fuera del análisis dogmático que efectúan queda fuera, aún la propia realidad. Entonces, el aislamiento no depende del modo de acción política, de forma tal que una práctica en particular lo excluya.

De instituciones y organización

Cuando las prácticas, que intentamos sostener y promover, cuestionan esas pretendidas verdades absolutas lo primero que surge para discutirlas e invalidarlas es una serie de argumentaciones históricas. En lo que respecta a la organización de los trabajadores aparece la incondicional afirmación de que “el sindicato es la herramienta de los trabajadores” que como funcionó alguna vez debe seguir funcionando. Podría ser, pero no lo es (los ejemplos aportados sobre las elecciones de ctera dan cuenta de esto) Cabría preguntar ¿en cuánto afecta que una organización sindical tenga o no el aval del Estado, es decir, sea aceptado por éste para funcionar? En nuestro país rige una ley de asociación sindical –que data del 1º peronismo- que establece que solamente es posible una asociación sindical por rama, y que ésta debe tener el aval del Estado. Es decir que el Estado da permiso para organizarse. Podría preguntarse entonces, los trabajadores ¿necesitan el permiso del Estado para organizarse? ¿Existe la posibilidad de que esto no sea así? ¿O podría argumentarse que de otra forma, sin la exclusividad, la organización obrera estaría fragmentada? Este punto no me parece menor y quienes defienden a ultranza a los sindicatos pasan por alto, o bien cuando se lo menciona o se les reclama respuestas quedan pedaleando en el aire, ya que deben aceptar que, tal como están dadas las cosas, necesitan el permiso del Estado, es decir, necesitan el permiso de aquello que están tratando de destruir, lo cual es paradójico. Con respecto a los sindicatos se abren dos cuestiones, por un lado la organización sindical ha demostrado poco, sobre todo en los últimos años, con respecto a la defensa de los derechos de los trabajadores, de hecho aparecen más como cómplices del Poder –a veces obscenamente-. Esta es una de las principales caracterizaciones que tenemos, algunos, acerca del “sistema ya armado y organizado”: los sindicatos son parte funcional de este sistema, funcionan como contenedores de los movimientos obreros, contienen, detienen, aplacan, retardan, todo reclamo que pueda surgir desde los lugares de trabajo. ¿Cuál sería el sentido, entonces, de recuperarlos? Aquí aparece la otra cuestión, que es una concepción instrumentalista que sostiene que el sindicato es una herramienta mal manejada, y que bastaría con “recuperarlo” para que vuelva a ser lo que alguna vez fue (Sería interesante hacer un relevamiento de las experiencias que están intentando realizar esta tarea de “recuperación” que algunos compañeros están llevando adelante desde hace años, con muy poco suerte, aunque con mucho empeño) Ésta no duda de las bondades de la herramienta que con sólo cambiar de manos serviría a nobles y proletarios fines, con el mismo razonamiento se podría pensar en el Estado, y de allí a la idea de la toma del Poder hay un solo paso. Pero el problema es justamente que la herramienta, todas y entre todas también el sindicato, es la institucionalización de una novedad. Los sindicatos fueron la respuesta que la clase obrera inventó ante la formalización de una particular etapa del capitalismo (y de hecho cabe señalar que ésos sindicatos u organizaciones gremiales diferían en mucho de los actuales, por ejemplo en lo que señalaba del reconocimiento estatal). La potencia de la invención fue absorbida por la institución. No deja de llamar la atención que se celebre la invención de las clases obreras de fines del siglo XIX y comienzos del XX y se nos niegue, critique y denoste la misma intención, es decir el pretender inventar nuevas herramientas para dar respuesta y acción a nuevos contextos. Se trata pues de inventar, no sólo el modo de destrucción del sistema y del Poder, sino de nuevos modos de vida, de nuevos vínculos entre quienes habitamos este u otro lugar. Y el problema en este punto es que algunos decidimos no aferrarnos a recetas que prometen soluciones seguras, sino que apostamos a la construcción colectiva de esas novedades, en donde cada quien aporta su parte sin que nadie lo dirija. La horizontalidad, en este sentido, no es una receta, sino que es la posibilidad de que, efectivamente, suceda la participación igualitaria de cada quien. Cosa que no sucede en la lógica de Partido ni en los sindicatos, como es de público conocimiento. Ni sucederá, justamente porque el paradigma sobre el que se construyen es el opuesto. Pero además, lo más significativo me parece es que evidentemente no funcionan, basta solo pensar, por ejemplo, que UTE (sindicato de base de ctera en la ciudad) nace en el ’88 y de allí a esta parte la educación pública ha sido consecuentemente vaciada sin que el sindicato opusiera resistencia (y aquí ellos vuelven al paternalismo acusando a quienes no están en el sindicato… y la rueda comienza a rodar de nuevo) Existe otra forma de argumentación, no histórica, que se usa en contra de nuevas formas de participación: es la de afirmar que esas nuevas formas niegan la organización. Obviamente quien efectúa esa afirmación parte de un paradigma inamovible del modo de organización, es decir, si existe Un solo modo de organizarse, toda forma de organizarse que no sea ese Uno niega, con su sola aparición, a ese Uno. Dentro de ese paradigma lo que no sea ese Uno no será organización. Porque la aparición de otras posibles formas de organización demuestra que ese Uno no es único, y entonces deberá ser combatido, de ahí que incomode tanto la aparición de nuevas formas de organización.

De lo especular

La idea de que a un sistema armado y organizado hay que contraponerle otro sistema organizado corre el riesgo de la especularidad. Como en un espejo ambos sistemas se reflejan y uno reproduce lo que el otro produce. Para terminar, simplemente, cambiándolo, intercambiando uno por otro, es decir sacando a los viejos opresores para poner nuevos. Es la idea del contrapoder, a un Poder se le opone otro Poder, que suscribe a la idea de un Buen Poder. A mi entender, junto con no pocos, el Poder es opresión y el contraPoder no es más que una opresión distinta. Allí no hay emancipación. Al sistema existente hay que destruirlo inventando nuevas formas de emancipación que no reproduzcan las viejas formas, y esto no es ni fácil ni se logra rápido. Invariablemente lo nuevo se nutre de lo anterior, pero no lo reproduce, no lo absolutiza, no lo totaliza, sino que lo sintetiza a través del sujeto y hacia la coyuntura. No usa el pasado como molde del presente. Imagina el futuro para inventar posibles y distintos presentes. De cómo lo logre y de por qué se pueda efectuar más o menos sólo podremos dar cuenta más adelante, aunque la ansiedad nos carcoma. De la participación Insisto en discutir la acusación que se hace a las prácticas autónomas de negar la organización para hacer hincapié en que no existe, en nuestro planteo y acción, la pretensión de negarlas sino que hacemos una categorización distinta de cómo lograrla. Y ponemos en primer lugar, antes de la organización, la participación. Es decir sólo se puede organizar lo que existe. Y que una vez dada la participación real (esto de la participación real lo desarrollo en otro texto que probablemente les envíe) la organización cobrará la forma que deba, sin imposiciones de ningún tipo. De otra forma sólo hay imposición. La imposición es un paradigma del Poder, y algunos, entre los que me cuento, pretendemos una construcción que no se funde en la opresión de unos sobre otros. Y aquí radica la diferencia. El problema es, nuevamente, que quienes (nos) acusan de negar la organización son quienes entienden, y pretenden imponer, un solo modo de organización. Y aquí sucede un interesante hecho casi semántico: las apuestas a nuevos modos de organización niegan, no la organización en sí, sino que ésta se de de una sola forma, por lo tanto niegan LA organización, afirmándola, realizándola de hecho (esto podría explicarse mejor en una charla… o no)

El problema de fondo es cómo pensar el Poder, y según esto cómo pensar la organización.

f

breve sobre Violencia

Medios Violentos

Cartón pintado

Es extremadamente complejo intentar pensar el vínculo entre la violencia y la escuela sobre todo si se planea oponer ese pensamiento al que imponen los “medios”. Cabe señalar que el tema de la violencia, y el modo en que tratan el tema los pseudo periodistas, es recurrente no sólo cuándo de su aparición en la escuela se trata. En el Taller de movimientos Sociales en la Argentina (que autoconformamos los maestros del 13º) apareció varias veces el tema y a partir de allí esbocé unas breves ideas.

Me parece necesario partir de una pregunta: ¿Cómo piensa la Violencia la Sociedad? O bien ¿Qué es lo que no se dice, pero está implícito, cuando se acusa a alguien, a algunos, de “violentos”?

Mi respuesta a la primera pregunta –invito a todas y todos a dar la suya propia- es que en realidad la Sociedad no piensa la Violencia, porque la sabe ajena a sí misma. O bien podríamos decir la Sociedad no tiene necesidad de pensar la Violencia porque no le pertenece. Lo que no se dice, lo que está implícito en el discurso del Poder suena más o menos así: “Somos una sociedad, como tal, dentro nuestro no hay Violencia”

La presentación que hace el Poder, y sus sicarios principales los “medios de comunicación”, se proyecta sobre un telón de fondo que representa una sociedad perfecta, sin conflictos, sin problemas y/o con todos los medios necesarios para solucionar los problemas o conflictos que pudieran surgir.

Así el Poder establece su terreno para que la Sociedad piense.

¿Cómo?

Fácilmente: si la Sociedad funciona, si no hay nada mal, no hay necesidad de reclamos. Pero también si emerge algún inconveniente el “ciudadano” tiene a su disposición todos los mecanismos para que el Poder –escondido tras el Gobierno y sus Instituciones- solucione los problemas. Si la Sociedad pone a disposición de los ciudadanos los medios para reclamar y alguien, algunos, no los usan, es evidente que entonces ésos no pertenecen a la Sociedad. No son ciudadanos, son infiltrados, extranjeros, extremistas, antinacionales, etc. etc., y hay que mantenerlos fuera de lo que sea que sea la Sociedad. De esta forma la Sociedad se cierra sobre sí misma y repele a los extraños, a la vez que autoriza toda Violencia sobre lo que no pertenece a ella.

Lo que sucede es que las acciones que el Poder muestra como “violentas” ponen en evidencia una realidad insoportable para la Sociedad, para el ciudadano: que la sociedad, su sociedad, no funciona, que los medios para los reclamos, en general relacionados con el bienestar general, son insuficientes o directamente tramposos.

Y allí, ante esa demostración que da por tierra con el telón de cartón pintado, el Poder necesita un antídoto, y éste es mostrar que los que reclaman usan la violencia ya que no pertenecen a la sociedad, porque si así fuera usarían los medios que están a su disposición como ciudadanos.

Escenario

Es necesario derrumbar el telón de cartón pintado. Develar el escenario. Esto es afirmar que esta Sociedad se funda sobre la Violencia. Y que lo que ella misma afirma como extraño, como ajeno, es solamente una manifestación más de sí misma y que entonces hay que pensarla para no descansar, por ejemplo, en la tranquilidad de que si se “calma” –eufemismo nefasto- a los “violentos” se acaba la Violencia.

La Violencia terminará cuando la sociedad se funde, y se funda, en otros principios, realmente solidarios, colectivos, igualitarios.

Mientras tanto nos resta seguir pensando la violencia.

f.

 

BICENTENARIO

Bicentenario

         A quien corresponda, o mejor dicho,

         a cada uno de los que les corresponde

 

Comprensiblemente

usted deberá hacerlo,

aunque no esté escrito,

es parte de su tarea,

de su jerarquía, de su respetable

labor de funcionario:

usted tendrá que hablar

de los valores de Mayo,

de Igualdad, de Libertad.

 

(aquí, fácilmente,

yo podría hacer uso

de un rebuscado anacronismo

y decir que si Moreno

lo conociese, por lo menos,

lo mandaría fusilar,

pero no se preocupe,

yace tranquilo

bajo el Atlántico)

 

Y claro, como es su deber,

tácito deber de funcionario,

nacional, municipal, estatal,

usted va a hablar.

 

Se va a llenar la boca

de palabras altisonantes

que, probablemente,

contradicen lo que usted

hace, o hizo, para estar ahí,

hablando,

pero esto ya excede

lo que iba diciendo,

decía

usted

va a hablar

y hasta es posible que diga

“aún falta mucho por hacer”

y cosas similares

porque tampoco es gil

 

y por eso

quería advertirle, señalarle, sugerirle,

que tenga cuidado,

porque puede ser

que no sea tan fácil

hablar de Igualdad

si, pongamos por caso,

un hermano

duerme en la calle, revuelve la basura, muere de hambre.

 

Y si ese hermano se multiplica

por cien, por mil

no podrá ser fácil ved

en trono a la noble Igualdad,

puede que se le caiga la cara

de vergüenza,

y usted mismo se la pise.

 

Y ni hablar del grito sagrado,

porque está bien que usted,

como tantos, crea que la Libertad

es poder elegir entre comprar

este teléfono celular, aquel auto,

ese televisor,

pero mire que las rotas cadenas

son otra cosa.

 

Y aquí,

no le advierto, no lo prevengo,

aquí espero, deseo, anhelo,

le falte el aire.

 

Que cuando vaya a nombrar

la Libertad, simplemente,

no pueda, se ahogue, se le cierre la garganta,

que el peso de cada niña, niño, mujer, hombre, viejo,

que no tiene libertad de vivir dignamente

le pese, lo aplaste., reviente.

Que todo el dolor de la indignidad,

la humillación del que no tiene nada,

la tristeza del hambre que mata,

le explote dentro

como un mal irremediable,

que gangrene, reseque, pudra,

su tácito deber de funcionario

para que, simplemente,

no pueda

nombrar

la libertad

que nos falta

 

que acá

no hay nada

por festejar.

El Ministerio de la Verdad

                                                                       “El Ministerio de la Verdad era diferente, hasta un extremo asombroso, de cualquier otro objeto que se presentara a la vista (…) desde donde Winston se hallaba, podían leerse, adheridos sobre su blanca fachada en letras de elegante forma, las tres consignas del Partido:

LA GUERRA ES LA PAZ

LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD

LA IGNORANCIA ES LA FUERZA”

(“1984”, George Orwell)

 

I

La mítica novela “1984” fue escrita por Orwell en 1948, y no es más que el relato del autoritarismo exacerbado al cual habían arribado las repúblicas soviéticas para esa época. Orwell sitúa la historia en un Londres convertido en una ciudad fagocitada por la burocracia estatal, en donde no es posible la libertad.

Sin embargo la lectura de esta novela en nuestro contexto histórico-social devela unas analogías que tal vez el propio Orwell ni imaginó. Por ejemplo que se confunda la libertad de consumir, con la libertad de desarrollar las capacidad de cada persona al máximo, cosa que está negada a gran parte de la sociedad. Aquí y ahora, tampoco es posible la libertad.

Winston, el protagonista de “1984”, trabaja en el Ministerio de la Verdad, su tarea es “corregir” los errores de la Historia. Si los acontecimientos muestran algo distinto a lo que, por ejemplo, el Gran Hermano ha anunciado, el Ministerio de la Verdad se encarga de rastrear cada texto que remita a ello, y lo corrige. Ése es el trabajo de Winston: la falsificación del pasado para que coincida con el presente.

Winston se parece mucho a cualquier periodista de los, mal, llamados medios de comunicación.

II

Nos convendría comenzar a llamarlos medios masivos de engaño o medios de mentira masiva (elijan el que más les guste)

El halo de neutralidad, o independencia (esa extraña idea del “periodismo independiente”), está instalado, y es muy difícil desvanecerlo. Cada vez que surge un reclamo la gran mayoría propone “llamar a los medios”. La falsa neutralidad de éstos hace creer que si alguien tiene una verdad para difundir los medios lo harán y esto ayudará a resolver el problema.

Si los medios no fueran corporaciones, sería posible que esto sucediera. Pero realmente estamos lejos de eso.

Muy probablemente deba a Orwell y a la lectura de “1984” lo que he intentado armar como analogía para intentar desvanecer ese maldito halo. Digo que así como los Estados totalitarios, que abundaron en el s. xx, tenían sus Ministerios de Propaganda las corporaciones económicas globales tienen a los, insisto, mal llamados medios de comunicación.

Es decir los “medios” son al Sistema lo que los ministerios de propaganda eran a los estados totalitarios.

Obviamente cuando uno empieza a hablar en estos términos la mayoría huye o deja de escucharnos. “Sistema” “Totalitarismo” “Capitalismo”, “Corporaciones globales” son palabras que repelen cuando son usadas en la misma frase.

Tal vez porque a muchos les suena a abstracciones que poco tienen que ver con la propia cotidianeidad, y que por esto mismo de alguna manera no llegan a afectarnos.

Pero esta es la gran trampa.

 

 

III

Pero tal vez esta anécdota no sea abstracta.

En la primera jornada del último paro de 48hs una escuela del Distrito Escolar 11º se convoca en una importante esquina de su barrio, Flores sur, chichas, chicos, mamás, papás, maestras y maestros.

La asamblea del DE 11º se juntaba en otra esquina y nos avisan que vayamos para allá. Algunos fuimos. Llegan “medios”. Justo en el momento en que llego yo aparece un canal de la provincia de buenos aires, movil, cámara y notero.

Una compañera, megáfono en mano, lee el volante que están repartiendo, donde, palabras más, palabras menos, se denuncia el estado de su escuela y de las escuelas en general y se reclama el mejoramiento, sobre el final del volante se menciona el problema de la seguridad de chicas y chicos al ir y al volver de la escuela.

El notero le hace una serie de preguntas a la maestra que había leído el volante, que insiste en que la cuestión pasa por la defensa de la escuela pública.

El notero recibe una pregunta desde el “piso” del canal y le pasa el auricular a la maestra, se produce un silencio, y escuchamos a la maestra responder que “si a vos te parece que estamos usando a los chicos te invitamos a que vengas un día a la escuela”, todos los demás aplaudimos.

Así siguió más o menos la nota cuando de repente aparecen una maestra y un maestro diciéndole a su compañera que le reclame al periodista que cambien la placa. ¿Qué había pasado? La esquina en cuestión tiene una pizzería, algunos compañeros entraron y, supongo, pidieron poner en los televisores el canal que los estaba reporteando, cuando, para su asombro e indignación, vieron que la nota tenía una placa que rezaba que el reclamo era por la “inseguridad”. Salieron y se lo contaron a su compañera, ella, en vivo, le reclama que cambien la placa, que está claro que “nuestro reclamo es en defensa de la escuela pública”. Pienso que los que estaban viendo en vivo habrán podido apreciar la trampa y también que en el resto del día se cuidarán, los periodistas, de no cometer semejante error (Una compañera me dice que le manda un mensaje su hermana donde le cuenta que el periodista luego del corte de la nota en la esquina, como si la maestra no le hubiera dicho nada, sigue con su perorata de la inseguridad y el “uso” de los chicos)

Como el Winston de 1984 el “periodista” corrige el presente. Sólo que ya no se trata de falsificar el pasado para hacerlo coincidir con el presente, sino de falsificar el presente para hacerlo coincidir con alguna otra cosa, que seguramente sirve a su corporación. Y a esa coincidencia la llaman “realidad”

IV

El difuso, pero eficiente, Ministerio de la Verdad actual -formado por cada canal de televisión, cada diario, cada radio, cada periodista (sí, ya sé, ustedes dirán que hay excepciones, están en su derecho)- podría agregar una parte más a las consignas del Partido: EL ENGAÑO ES LA VERDAD.

Tal vez no se trate de no usar los “medios”, o no reclamar que hagan lo que deberían hacer: difundir, comunicar, sino de estar alertas, de pensar y re-pensar cómo funcionan, e intentar no quedar atrapados en sus perversas trampas.

V

Pensándolo de otra forma, no deja de ser lamentable que una profesión como la de periodista haya devenido una práctica de engaño masivo, de mentirosos bien pagos.

Mientras esto no cambie habrá que seguir reclamando que dejen de engañar, que dejen de mentir. E inundar lo que haya que inundar con nuestras verdades.

Algún día no les va a quedar más remedio que decirlas.

 

federico mercado

m. curricular DDEE 11º y 13º