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MANIFIESTA

acerca de la política

Algunas cuestiones sobre Participación -tercera parte- (final)

Participar

            Anteriormente –en la primera parte de este escrito- señalamos que la necesidad de adjetivar la idea de participación (como real o falsa, y las que pudieran surgir) daba cuenta, por lo menos, de un problema, que tenía su nacimiento en una confusión. Tal adjetivación evidencia que existe algo que es participación y otra cosa que se denomina de esa forma pero que es distinta y hasta podría llegar a ser opuesta.

 

            Vamos a comenzar afirmando que, del mismo modo que en lo referido sobre la asamblea, participar es una práctica, un hacer. Pero ¿hacer qué?

            Las definiciones de participar la relacionan con la palabra parte, y establecen una acción sobre esa parte: participar es tener parte, tomar parte.

            ¿Qué entendemos, entonces, por participación en sentido político? ¿Tomar, tener, parte de/en, qué? (Antes de seguir: fácil es relacionar este participar en qué con una definición, de hecho, de política en la cual ésta sólo se trata de negociados y de acomodamientos personales. Esta noción de política tiene dos aspectos fundamentales: por un lado la afirmación de que la política es algo sucio, noción derivada de la tarea cultural ejercida por la última dictadura que vivió nuestro país; por otro, la evidencia de los enriquecimientos que la gran mayoría de los “políticos” de profesión lograron en la década de los ’90 -y siguen logrando-. No está demás aclarar que no consideraremos a esto política, sino, por lo menos, mezquindad u oportunismo)

 

            Siguiendo el desarrollo que venimos exponiendo, aparecen unos principios que posibilitarían que la participación suceda, a saber:

  • quienes son afectados por circunstancias o problemáticas particulares son capaces de decir algo sobre el hecho en cuestión
  • a la vez, lo que cada quien aporte tiene que sumarse, necesariamente, a lo que digan otros, también afectados por la circunstancia común
  • esta suma de aportes debe darse en un espacio común de encuentro y discusión

            Si estos principios, en tanto tales, dan comienzo a alguna práctica, ésta será la del encuentro y la discusión, a partir de los cuales existirá la posibilidad de generar proposiciones a modo de respuesta ante las circunstancias que fueren.

            En este punto aparece lo que vamos a considerar clave en la participación.

 

            Esas proposiciones, construidas colectivamente –mediante el encuentro, la discusión y el consenso- y planteadas como respuestas a problemáticas particulares, producen decisiones

            Toda decisión implica un corte con lo anterior -su etimología habla de separar cortando-. Cuando esa separación es decidida en conjunto cada uno aporta lo propio y a la vez tiene parte en la decisión, y es responsable por ella.

            La participación está relacionada directamente con la posibilidad de producir decisiones.

            Por lo tanto donde no hay posibilidad de decidir, no hay participación posible, ya que no hay diferentes formas de participación –en el sentido político que referimos-. Ésta reclama el encuentro, la discusión, el consenso y la puesta en práctica de lo acordado.

            Estas cuatro instancias, que se verifican en la práctica asamblearia, devienen una capacidad fundamental: la de decidir sobre aquellos asuntos que nos afectan.

            Participar, entonces, es la posibilidad de tener parte en la decisión de asuntos que nos involucran o afectan.

 

Pertenecer

            ¿Qué es lo que impide la participación? Tal vez, teniendo en cuenta nuestro contexto, sería mejor preguntar qué es lo que conspira contra ella.

            Obviamente no existe una sola condición que coarte la posibilidad de participación, sino varias. Pero podría decirse que existen algunas situaciones principales de las cuales derivan otras.

            Una de las principales es la idea de re-presentación y, de la mano de ésta, la idea de pertenencia.

 

            Casi como en un juego de espejos, existe otra palabra relacionada con parte: pertenecer. Pero en un sentido, muy, distinto ya que pertenecer implica formar parte. Contiene también la idea de “extenderse hasta”, es decir que la noción de pertenecer delimita una frontera, define un adentro y un afuera, cierra una identidad, establece un Uno, donde los sujetos forman parte, lo que no implica necesariamente que tomen parte, sino que por su posición en la extensión delimitada consolidan el límite, la frontera, la extensión de ese Uno absoluto. Y, por último, define como objeto, convierte en objeto, a la persona, al sujeto.

            Y esa delimitación contempla como reverso necesario la exclusión de todo aquello que no forma parte del Uno. Establece lo que está fuera como opuesto, como contrario, como enemigo.

 

            De estos dos aspectos, delimitación y exclusión, se alimenta y sostiene toda institución y toda institucionalización.

            Para toda Institución la persona es un objeto que delimita sus fronteras. Esto es comprobable en cada modo de acción de todo Estado-nación (que tal vez sea la Institución paradigmática de nuestra época de la lógica de representación e institucionalización).

            Pero también para la persona la pertenencia a la institución permite una garantía, que puede nombrarse como seguridad o comodidad, ya que en tanto objeto de la institución[1] no es necesaria su acción, su participación activa.

            Parafraseando una vieja publicidad corporativista: “pertenecer tiene sus privilegios”, podría decirse: el privilegio de pertenecer es no participar; el privilegio de pertenecer es ser parte-objeto, no tomar parte-ser sujeto.

            Pertenecer implica quietud, inmovilidad, en tanto considera a la persona un objeto, cuya función es la de delimitar, y sostener, a través de su propia quietud, el cuerpo de la institución, al mismo tiempo que la legitima por su extensión.

            El primer antídoto contra la participación es la necesidad, generada y fomentada culturalmente, de pertenecer a alguna institución.

 

            Sin embargo podría suceder que una, o varias, situaciones provoquen movimiento, activen la inquietud, de quienes pertenecen a cualquier institución, y que éstos, movilizados, comenzaran a accionar promoviendo participación, para sí y para otros.

            En este caso sería necesario un segundo antídoto.

            Que no sólo existe sino que está ampliamente expandido en cada rincón de la sociedad, en cada ámbito de la vida de toda persona.

 

Delegar-representar

            La cómoda garantía y tranquilidad del pertenecer se circunscribe, de alguna manera, al plano individual. Conforma, y ratifica, un aspecto del individualismo contemporáneo.

            Sin embargo cuando alguna situación provoca la intención de salida de ese individualismo, comienzan a operar mecanismos más complejos y, tal vez por ello más, efectivos.

            Si una comunidad ante un/os hechos que la afectan hace efectiva, para sí y para todos, la participación, invariablemente encontrará en algún momento de su movimiento, manifestándose de diversos modos, una traba.

            Esa traba es el par delegar-representar.

 

            La cultura política contemporánea reinante impone y exige la re-presentación, es decir, la existencia de alguien en quien confluyan, de alguna forma válida para sí y para el Poder, la decisión de otros. La expresión máxima de esto es el sistema democrático, formal, en sí mismo.

            Para que este sistema funcione, y esté garantizada su reproducción y continuidad, es necesario que muchos deleguen en el re-presentante su capacidad de decidir. No es de la incumbencia de este trabajo profundizar el análisis de esos mecanismos (sobre el cual distintos autores han escrito mucho y muy bien) pero sí mencionar que estos mecanismos forman una cultura, y que ésta se instala profunda y sutilmente en todos nosotros, naturalizándose, y que participación y delegación son opuestos irreconciliables[2]. Una produce decisiones y otra reproducción sistémica (cabe señalar que el problema no es sólo que en determinado momento de la participación aparezca la traba de la re-presentación, sino también que quienes están generando participación suscriban y esperen la delegación o terminen promoviéndola, anhelen ser representantes).

 

Incógnita desafiante

            Las situaciones que han disparado estas cuestiones sobre Participación, y todas aquellas con las que éstas tienen puntos en común, evidencian que a pesar de las condiciones de reproducción de un sistema conservador y reaccionario, según conveniencias absolutamente ajenas a todos nosotros, la posibilidad de que surjan iniciativas políticas de interrupción de tales continuidades es real y potente y está en movimiento.

            La cuestión principal es que esa posibilidad encarna un desafío y una incógnita al mismo tiempo:

            El desafío aparece como la posibilidad de profundizar al máximo las instancias que partan de las voces de los afectados por alguna situación para llegar a acciones que se sostengan en nuevas proposiciones políticas. Porque el desafío implica, además de la particularidad específica del conflicto y su probable solución, la puesta en acción de un modo de pensar y hacer política que no esté supeditado a mezquindades sectarias ni a lógicas institucionales reproductoras de aquello que dicen estar combatiendo.

            Detrás de ese desafío aparece la, casi obvia, incógnita ¿seremos capaces de hacerlo?

            Claramente no será fácil, no sólo por los distintos mecanismos que circulan en la sociedad para coartar, oscurecer, aplastar o ignorar, las novedades políticas que puedan aparecer, sino también porque muchas veces esos mecanismos los tenemos incorporados en nosotros mismos.

            Tampoco será fácil ya que nos reclamará esfuerzo y el emprendimiento de tareas para las cuales no sólo no nos habremos preparado, formalmente por decirlo de algún modo, sino que tampoco hubiéramos imaginado tener la necesidad de abordar.

 

            El desafío abre una incógnita, y la incógnita se vuelve desafiante.

            Con todo, y a pesar de la oscuridad del presente, se han abierto algunos resquicios y deberemos aprender qué hacer en ellos. En muchos espacios se ha evidenciado que la participación, como la hemos pensado en estos escritos, es una herramienta potente de transformación y acción política, aunque falte mucho por hacer.

 

            Es la intención de estas cuestiones ser un aporte, disparador, para que ese hacer sea efectivo y potente en nuestra realidad.

 

federico mercado

25 de diciembre de 2011



[1] Es importante advertir que al hablar de Institución no nos referimos solamente a cualquier institución formal -escuela, empresa, sindicato, estado, etc.- sino también a un modo del vínculo que cualquier grupo de personas puede establecer entre sí. Es decir un grupo de maestros que conforman una “asamblea” también pueden institucionalizarse, como de hecho ocurre.

[2] En alguna de las interesantes discusiones que mantuvimos durante los períodos que refieren estos textos, un compañero docente luego de describir ciertas situaciones realiza una fuerte síntesis “la mayoría de los docentes no quiere participar, quiere ser bien representado”.

A propósito del pasado

No nos es posible desligarnos del pasado, materia prima de nuestro presente.

Algunos pueden jugar al olvido. Pretender ignorarlo.

Quienes asumen esta posibilidad caen, invariablemente, en la estúpida certeza de creer que el presente es una isla a la deriva sobre la nada. Abjuran de sus padres y ni recuerdan tener abuelos.

 

Otros consumen la parafernalia del consumo. Y ni sospechan que lo que hay, y también lo que no hay, están por lo que ha sido.

 

Han nacido sin detrás, sin raíz.

 

Otros buscan en él algunas respuestas. Las más de las veces, las encuentran.

De allí cierta ligazón para con todo aquello que nos lo remita de alguna forma: libro, historia, objeto, recuerdo, leyenda.

Memoria, que le dicen.

 

Pero el pasado entraña una casi paradójica e inevitable situación: es siempre reconstrucción, algo tendenciosa, digamos subjetiva.

El pasado pasa a ser lo que cada uno ve, o quiere ver, elige ver, de lo que pasó. La confirmación, o no, de lo que uno cree.

Podría desentrañarse la paradoja pensando que en esas reconstrucciones está lo más rico de la inevitable situación.

Podría pensarse que hay que juntar todo lo que cada uno reconstruye y ver qué se hace con lo que la suma de visiones nos da (y también, a que negarlo, es posible pensar que esto es imposible)

 

Tal vez sea que es posible pensar algunas ideas del hoy a través de los hechos del ayer. O que, por lo menos, éste es un modo de relación con el pasado.

Y entonces ¿no será que no se trata del pasado, sino de ideas? Relacionarlas con el pasado parece más una cuestión de estilo.

 

De algún modo la única forma de construir en el presente –construir y no reproducir las viejas prácticas que nos lo dejaron tal cómo está- es pensar el pasado, sí, pero negarle la cualidad de fundamento del presente, de principio explicador del hoy.

 

Pensar el pasado es, solamente, hacer uso de éste como medio para pensar. Lo importante, entonces, es pensar, extraer ideas de lo que pasó para hacer que nuevas cosas pasen hoy. Pensar el pasado es pensar más allá de éste, trascenderlo con ideas que surgen de la acción de pensarlo, pero no quedan encarceladas en él

 

El problema de la reconstrucción, del pasado, no es la subjetividad, sino la tergiversación.

Nadie está a salvo, por más buenas intenciones que tenga, de caer en reconstrucciones tergiversadoras. Como nadie está a salvo de reproducir en lugar de construir.

Discusiones varias

(el texto que sigue a continuación es una respuesta a otro que plantea básicamente que para cambiar un sistema hay que oponerle otro y de allí deduce la necesidad del Partido; al mismo tiempo afirma que las prácticas que se alejan de la idea de Partido, funcionan como islas mientras el sistema se afianza. Va publicado sin el primer texto porque las ideas que se cuestionan aparecen expuestas de distintas formas en el desarrollo)

De islas y aislamientos

En general las acusaciones, a veces, disfrazadas, de críticas paternalistas, a las prácticas de pequeños grupos, por lo menos, autónomos, es decir que no responden a ninguna organización institucional partidaria o sindical tradicional, que proviene de esas instituciones, se estructuran a partir de un falaz e intencionado planteo deductivo. La falacia recae en que estos análisis establecen una premisa que no necesariamente es cierta, o que por lo menos es parte de una más amplia, la premisa es la siguiente: la práctica por fuera de las instituciones, que ellos promueven, implica el aislamiento y la negación del contexto o coyuntura en que esa práctica se inscribe. Es cierto que esto puede suceder, pero no implica que sea lo único que puede suceder. Cabría plantear la acusación como pregunta: ¿la práctica de, por ejemplo, una asamblea distrital, implica no mirar el contexto, implica aislarse, implica negar, justamente, que esa práctica se inscribe en una coyuntura? Personalmente respondo: no necesariamente. En lo que a nuestra experiencia respecta –que tiene su correlato en muchas otras- esa práctica es la respuesta a la propia coyuntura, no sólo no niega su inscripción en un contexto que la contiene y afecta, sistema, sociedad, o como guste llamárselo, sino que parte del análisis de sus paradigmas, acciones y consecuencias, para intentar dar respuesta, para instrumentar una salida, que efectivamente lo destruya. Ahora bien, responder “no necesariamente” implica que también existe la posibilidad que la misma práctica implique el aislamiento –posibilidad a la cual se ha denominado “autonomismo” -, pero totalizar una de las posibilidades es una falacia, que las más de las veces se basa en un intencionado sectarismo. Porque lo que las prácticas autónomas cuestionan, en tanto respuesta a la coyuntura, no es sólo el sistema en el que se inscriben, sino también los prácticas que lo sostienen, aún cuando se pretendan opuestas. Y muchas veces demuestran que existe en potencia otras formas de organización efectivas y que quienes se arrogan el monopolio de las luchas no sólo no tienen la última palabra sino además que su Verdad no es absoluta. El aislamiento sucede, y se fomenta, en la lógica de Partido, que puede ser tanto en un Partido, como en un sindicato, sólo que de distinto modo; allí lo que aísla son las ideas convertidas en dogma, todo lo que quede fuera del análisis dogmático que efectúan queda fuera, aún la propia realidad. Entonces, el aislamiento no depende del modo de acción política, de forma tal que una práctica en particular lo excluya.

De instituciones y organización

Cuando las prácticas, que intentamos sostener y promover, cuestionan esas pretendidas verdades absolutas lo primero que surge para discutirlas e invalidarlas es una serie de argumentaciones históricas. En lo que respecta a la organización de los trabajadores aparece la incondicional afirmación de que “el sindicato es la herramienta de los trabajadores” que como funcionó alguna vez debe seguir funcionando. Podría ser, pero no lo es (los ejemplos aportados sobre las elecciones de ctera dan cuenta de esto) Cabría preguntar ¿en cuánto afecta que una organización sindical tenga o no el aval del Estado, es decir, sea aceptado por éste para funcionar? En nuestro país rige una ley de asociación sindical –que data del 1º peronismo- que establece que solamente es posible una asociación sindical por rama, y que ésta debe tener el aval del Estado. Es decir que el Estado da permiso para organizarse. Podría preguntarse entonces, los trabajadores ¿necesitan el permiso del Estado para organizarse? ¿Existe la posibilidad de que esto no sea así? ¿O podría argumentarse que de otra forma, sin la exclusividad, la organización obrera estaría fragmentada? Este punto no me parece menor y quienes defienden a ultranza a los sindicatos pasan por alto, o bien cuando se lo menciona o se les reclama respuestas quedan pedaleando en el aire, ya que deben aceptar que, tal como están dadas las cosas, necesitan el permiso del Estado, es decir, necesitan el permiso de aquello que están tratando de destruir, lo cual es paradójico. Con respecto a los sindicatos se abren dos cuestiones, por un lado la organización sindical ha demostrado poco, sobre todo en los últimos años, con respecto a la defensa de los derechos de los trabajadores, de hecho aparecen más como cómplices del Poder –a veces obscenamente-. Esta es una de las principales caracterizaciones que tenemos, algunos, acerca del “sistema ya armado y organizado”: los sindicatos son parte funcional de este sistema, funcionan como contenedores de los movimientos obreros, contienen, detienen, aplacan, retardan, todo reclamo que pueda surgir desde los lugares de trabajo. ¿Cuál sería el sentido, entonces, de recuperarlos? Aquí aparece la otra cuestión, que es una concepción instrumentalista que sostiene que el sindicato es una herramienta mal manejada, y que bastaría con “recuperarlo” para que vuelva a ser lo que alguna vez fue (Sería interesante hacer un relevamiento de las experiencias que están intentando realizar esta tarea de “recuperación” que algunos compañeros están llevando adelante desde hace años, con muy poco suerte, aunque con mucho empeño) Ésta no duda de las bondades de la herramienta que con sólo cambiar de manos serviría a nobles y proletarios fines, con el mismo razonamiento se podría pensar en el Estado, y de allí a la idea de la toma del Poder hay un solo paso. Pero el problema es justamente que la herramienta, todas y entre todas también el sindicato, es la institucionalización de una novedad. Los sindicatos fueron la respuesta que la clase obrera inventó ante la formalización de una particular etapa del capitalismo (y de hecho cabe señalar que ésos sindicatos u organizaciones gremiales diferían en mucho de los actuales, por ejemplo en lo que señalaba del reconocimiento estatal). La potencia de la invención fue absorbida por la institución. No deja de llamar la atención que se celebre la invención de las clases obreras de fines del siglo XIX y comienzos del XX y se nos niegue, critique y denoste la misma intención, es decir el pretender inventar nuevas herramientas para dar respuesta y acción a nuevos contextos. Se trata pues de inventar, no sólo el modo de destrucción del sistema y del Poder, sino de nuevos modos de vida, de nuevos vínculos entre quienes habitamos este u otro lugar. Y el problema en este punto es que algunos decidimos no aferrarnos a recetas que prometen soluciones seguras, sino que apostamos a la construcción colectiva de esas novedades, en donde cada quien aporta su parte sin que nadie lo dirija. La horizontalidad, en este sentido, no es una receta, sino que es la posibilidad de que, efectivamente, suceda la participación igualitaria de cada quien. Cosa que no sucede en la lógica de Partido ni en los sindicatos, como es de público conocimiento. Ni sucederá, justamente porque el paradigma sobre el que se construyen es el opuesto. Pero además, lo más significativo me parece es que evidentemente no funcionan, basta solo pensar, por ejemplo, que UTE (sindicato de base de ctera en la ciudad) nace en el ’88 y de allí a esta parte la educación pública ha sido consecuentemente vaciada sin que el sindicato opusiera resistencia (y aquí ellos vuelven al paternalismo acusando a quienes no están en el sindicato… y la rueda comienza a rodar de nuevo) Existe otra forma de argumentación, no histórica, que se usa en contra de nuevas formas de participación: es la de afirmar que esas nuevas formas niegan la organización. Obviamente quien efectúa esa afirmación parte de un paradigma inamovible del modo de organización, es decir, si existe Un solo modo de organizarse, toda forma de organizarse que no sea ese Uno niega, con su sola aparición, a ese Uno. Dentro de ese paradigma lo que no sea ese Uno no será organización. Porque la aparición de otras posibles formas de organización demuestra que ese Uno no es único, y entonces deberá ser combatido, de ahí que incomode tanto la aparición de nuevas formas de organización.

De lo especular

La idea de que a un sistema armado y organizado hay que contraponerle otro sistema organizado corre el riesgo de la especularidad. Como en un espejo ambos sistemas se reflejan y uno reproduce lo que el otro produce. Para terminar, simplemente, cambiándolo, intercambiando uno por otro, es decir sacando a los viejos opresores para poner nuevos. Es la idea del contrapoder, a un Poder se le opone otro Poder, que suscribe a la idea de un Buen Poder. A mi entender, junto con no pocos, el Poder es opresión y el contraPoder no es más que una opresión distinta. Allí no hay emancipación. Al sistema existente hay que destruirlo inventando nuevas formas de emancipación que no reproduzcan las viejas formas, y esto no es ni fácil ni se logra rápido. Invariablemente lo nuevo se nutre de lo anterior, pero no lo reproduce, no lo absolutiza, no lo totaliza, sino que lo sintetiza a través del sujeto y hacia la coyuntura. No usa el pasado como molde del presente. Imagina el futuro para inventar posibles y distintos presentes. De cómo lo logre y de por qué se pueda efectuar más o menos sólo podremos dar cuenta más adelante, aunque la ansiedad nos carcoma. De la participación Insisto en discutir la acusación que se hace a las prácticas autónomas de negar la organización para hacer hincapié en que no existe, en nuestro planteo y acción, la pretensión de negarlas sino que hacemos una categorización distinta de cómo lograrla. Y ponemos en primer lugar, antes de la organización, la participación. Es decir sólo se puede organizar lo que existe. Y que una vez dada la participación real (esto de la participación real lo desarrollo en otro texto que probablemente les envíe) la organización cobrará la forma que deba, sin imposiciones de ningún tipo. De otra forma sólo hay imposición. La imposición es un paradigma del Poder, y algunos, entre los que me cuento, pretendemos una construcción que no se funde en la opresión de unos sobre otros. Y aquí radica la diferencia. El problema es, nuevamente, que quienes (nos) acusan de negar la organización son quienes entienden, y pretenden imponer, un solo modo de organización. Y aquí sucede un interesante hecho casi semántico: las apuestas a nuevos modos de organización niegan, no la organización en sí, sino que ésta se de de una sola forma, por lo tanto niegan LA organización, afirmándola, realizándola de hecho (esto podría explicarse mejor en una charla… o no)

El problema de fondo es cómo pensar el Poder, y según esto cómo pensar la organización.

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Algunas cuestiones sobre Participación -segunda parte-

Interludio

 

            Planteadas de esta forma las circunstancias, comienza a aparecer una interesante gama de consideraciones, problemas, cuestionamientos, discusiones, confrontaciones tácitas, menosprecios, sobrevaloraciones, acusaciones, verdades contrapuestas, etcs.

            Y si bien podemos acordar que la experiencia de este brevísimo período –esto no hay que olvidarlo- es positiva para quienes buscamos construir esa otra realidad, no hay que dejar de considerar el por qué de esta categorización.

            Por un lado lo positivo se circunscribe a sí mismo, es decir, las formas en que se dieron los hechos hicieron que surgieran espacios, como los relatados en la 1º parte; que otros que ya existían se repotenciaran; y que algunos mostraran su inoperancia o desidia. Sin embargo todo esto es así en relación al pasado inmediato, en donde la naturalización de un estado de cosas indiferente, fragmentado, desidioso, conformista, impotente, muchas veces cómplice de aquello que se critica, regía la situación en los ámbitos escolares. Como, lucidamente, señaló un compañero del DE 13º ante estas nuevas situaciones que estaban sucediendo en comparación con lo inmediato anterior: “antes estábamos sobre un cementerio, ahora estamos más cerca del velorio”. Antes no pasaba nada, ahora había empezado a pasar algo.

            Pero traía muchas cosas sobre las que pensar y discutir, y la mayor parte de ellas complejamente paradojales.

 

Segunda parte

 

Contexto (II)

 

            Toda esa serie de consideraciones, discusiones –tácitas o explícitas- y cuestionamientos, pueden concentrarse en una cuestión central, que de alguna forma atraviesa todas las problemáticas, de modo tal que cada situación puede pensarse a través de ella.

            Esa cuestión central es la participación.

            Desde espacios similares a los reseñados en la primera parte, se suele reclamar, revindicar y promover una real participación. Y al mismo tiempo se denuncia y cuestiona la falsa participación.

            La necesidad de adjetivar positiva o negativamente la palabra, y el concepto implicado, demuestra, por lo menos, que existe un problema en torno a ambos, una confusión.

            En torno a estas cuestiones, que hacen pie en terrenos de lo político, la confusión suele operarse a partir de nominar un concepto a través de una palabra pero implicando -suponiendo o imponiendo- un contenido distinto, y hasta veces, antagónico.

            A modo de ejemplo, fuera de lo político: si se dice “medio de transporte”, el concepto implicado está en relación con algún aparato, máquina, artefacto, que nos permita ir de un lugar a otro. Pero el contenido dentro del concepto es variable, desde un automóvil, avión o barco a una bicicleta.

            Pero si la posible variabilidad del contenido se usa para injertar un contenido antagónico a la idea propuesta en el concepto, estamos ante una confusión, muchas veces premeditada. Ejemplo de esto es la homologación entre el acto de delegar que implica el voto cada x cantidad de tiempo y la participación ciudadana. Esta clase de confusiones están profundamente enraizadas, y naturalizadas, en nuestra sociedad.

            Una tarea, no menor, que nos debemos es desentrañar estas confusiones.

 

Encuentro (III)

 

            Un hecho adquiere carácter paradigmático de la experiencia en el DE 13º. Uno que podría aparecer, simplemente, como otro más y, sin embargo, no lo es tanto.

            Hacia fin de año realizamos un festival.

            Esto no tendría nada de extraordinario si no fuera por ciertas cuestiones que hacen del festival un signo de una búsqueda y de otra realidad, un punto de encuentro de varios recorridos. En ese festival confluyeron, en principio, dos grupos de personas que venían de pequeños procesos de construcción. Esas construcciones incipientes y la confluencia de las mismas hizo de la situación un éxito.

            Por un lado, un grupo bastante numeroso de maestras y maestros de la escuela en la que se realizó que, ante los problemas de violencia grave que se vivían, fueron encontrándose de otra forma, generando espacios que no existían para pensar, proponer, trabajar, realmente, en grupo, y dar solución a la problemática[1].

            Por otro, el grupo de maestros del 13º -de distintas escuelas del distrito- que, a través de las actividades mencionadas anteriormente, se fue agrandando, convirtiéndose en un espacio de participación genuino para la búsqueda de respuestas conjuntas a la problemática general, que afectaba a quienes se acercaban.

            Y, por último, un grupo de personas más se suma a la situación-festival: las familias, chicas y chicos del barrio Cildañez, que es donde se encuentra la escuela.

 

            Dónde está lo significativo del mencionado festival? En varios lugares. Sin embargo voy a referirme exclusivamente a un aspecto de su realización que tiene que ver con lo colectivo.

 

            La idea del festival surgió en una de las jornadas de un paro de 48hs. Los maestros de una escuela (distinta de aquella en la que se terminó realizando el festival) convocaron a las familias para contarles los por qué de la medida de fuerza, allí, y cómo parte del debate que se venía realizando, una de las mamás propone la idea de realizar un festival. Al día siguiente se hace una asamblea del distrito en donde los maestros de esa escuela cuentan la propuesta y se decide que el festival sea distrital.

            Esto llevó a la organización. El planteo fue, siempre, horizontal. Nos reunimos periódicamente con la idea de darle forma al festival. Lo esencial de esto fue que nunca hubo una idea cerrada de qué es o debería ser un festival, se trajeron propuestas, se moldearon, se pulieron y de allí salió lo que se hizo. Lo más trascendente de la realización fue la experiencia misma del festival, en donde la situación de pensarlo colectivamente, dispuso esa forma de participación hacia quienes llegaban y las actividades pensadas desde ese modo de participación hicieron que fuera un éxito de convocatoria, de participación, de organización y de alegría.

 

            Sin embargo, obviamente, no se trata de hacer festivales compulsivamente. Esta actividad, como cualquier otra, no es una receta, su realización no produce nada en sí misma o corre el riesgo de quedar en una –otra- simple anécdota.

            En este caso, insisto, se trató de la confluencia de tres grupos de personas con un vínculo que las unía, vínculo que, nuevamente, no define una identidad cerrada sino que se aproxima a una comunidad.

 

Comunidad

 

            Al igual que con la asamblea una comunidad es un grupo de personas pero no todo grupo de personas es una comunidad.

            ¿Qué será lo que hace aparecer una comunidad de una agrupación más o menos arbitraria de personas?

            Es fácil encontrar en la palabra comunidad la idea de lo común, de algo en común que une, o bien la unión de los que son como uno. En este sentido una familia, los habitantes de una ciudad o los asistentes a una escuela son usualmente considerados una comunidad, los presos forman una comunidad carcelaria, etc.          Lo que une es la pertenencia a un espacio común, una pertenencia en general arbitraria.

            Pero evidentemente no toda coincidencia en tiempo y lugar de distintas personas hacer aparecer una comunidad.

            Con lo cual una comunidad, pensada positivamente, debería ir más allá de su unión por pertenencia a un lugar, situación o lazo social, que generalmente suelen ser arbitrarios. Una idea positiva de la comunidad debería poder sostenerse en una segunda unión, en otro tipo de lazo, en otro vínculo. La primera unión, arbitraria y aleatoria, pertenece al orden del presente: se unen quienes, aquí y ahora, confluyen en un lugar y lazo social particular. ¿Es posible pensar la segunda unión en relación con el tiempo, es decir, hacia el pasado o hacia el futuro?

            La idea de la comunidad en relación con el pasado nos lleva a la noción de nación -y, consecuentemente, a la de Estado-, ya que lo que nos une es una noción arcaica[2], que la mayor de las veces es una re-construcción arbitraria de quienes detentan, o pretenden detentar, el Poder. De ese remitirse a lo arcaico es que surge la jerarquía, representada en el jerarca, que es el que, por alguna razón, está en relación directa con lo arcaico, de aquí que la idea de comunidad en relación con el pasado no propone una situación igualitaria, sino que establece jerarquías y rangos, a la vez que define un límite identitario que excluye a quienes no se remitan a ese principio primero. Con la consecuente y lógica práctica autoritaria de todo tipo de jerarquías.

 

            Podría plantearse que la condición necesaria de una comunidad es la reunión de iguales y que a partir de esa situación presente el sentido positivo aparecerá cuando ese conjunto de iguales organice su acción en relación a un objetivo común y por venir.

 

Comunidad (II)

 

            Si existe una reunión de iguales, o comunes en algo, accionando hacia un objetivo por venir aparece, o puede aparecer, otra idea de comunidad.

            El trabajo conjunto de construcción del objetivo común organiza a la reunión de iguales más allá del vínculo primario. Y a la vez dispone un nuevo vínculo que es el de accionar como-una-unidad.

            Pensar la comunidad como hacer y pensar como-una-unidad revitaliza la palabra.

            Niñas, niños, maestras y maestros ocupándose efectivamente del problema de violencia de su escuela accionan como-una-unidad, hacen aparecer la comunidad donde sólo había una reunión fragmentada de individuos, los niños por un lado, los docentes por otro –con suerte las familias en alguna parte-.

            Maestros de un distrito escolar, parcelación geográfica arbitraria, juntándose con el objetivo de crear espacios que promuevan el pensamiento colectivo, la participación y la decisión en consenso, accionan como-una-unidad, hacen aparecer la comunidad donde sólo había un –muy- difuso lazo social-laboral.

            Y una última cuestión, para nada menor, ese objetivo por venir, esa idea de lo futuro, sólo podrá generar comunidad en tanto surja del consenso del grupo de iguales, luego de, no poco arduas, discusiones, debates, enojos, marchas atrás, contraposiciones de ideas, propuestas, fracasos, éxitos, nuevos fracasos.

            Todo esto para decir que no es una tarea fácil, ni mucho menos.

 

            Parecería que la condición necesaria para que exista comunidad es la existencia de un grupo de iguales; la condición de aparición de la comunidad será aquella en la cual el grupo de iguales, reunidos ante alguna problemática particular, decidan, a la vez de dar respuesta a esa particularidad, un objetivo común que los hace trabajar, construir, pensar como-una-unidad.

 

            Este neologismo de como-una-unidad encierra una interesante potencialidad.

            Por un lado implica una acción conjunta. Pero lo más importante es que no institucionaliza un Uno cerrado, una unidad arquetípica[3] en la cual los iguales deben encajar. En ese como-si- (del como-una-unidad ) esta contemplada, respetada y potenciada la multiplicidad de los individuos.

            Todo institución, o esquema institucional, establece una Unidad, un Uno. Para pertenecer a ese Uno cualquier individuo necesariamente tiene que someter su multiplicidad, abandonarla. Sólo unificándose, homologándose, uniformándose con lo Uno delimitado es posible ser tenido en cuenta.

            Nada más lejos de la comunidad que la homologación y la uniformidad[4].

            Nada más lejos de la comunidad que una institución.

 

            La comunidad es la acción de un grupo de individuos que se reconocen iguales, más allá del lazo social arbitrario, que consensúan un objetivo trascendente a ese lazo que los reúne en el presente.

            En la comunidad, en el pensar y hacer como-una-unidad, no hay pertenencia, hay participación.

 

            La comunidad es un acto lanzado hacia adelante, a lo por venir.



[1] Por ejemplo se realizaron reuniones al mediodía, ya que la escuela es de jornada simple, en presencia del supervisor del distrito, sin embargo lo significativo pasó, para algunos, inadvertido: lo significativo fue que se reunían los maestros de ambos turnos a intentar resolver el problema común, esto produjo algunas propuestas que luego fueron modificando progresivamente la problemática en cuestión.

[2] La idea de lo arcaico proviene de la palabra griega arkhé, esto es, el principio primero. Los filósofos presocráticos buscaban este principio primero que explicara el origen del universo.

[3] Otra vez la noción de arkhé

[4] Vale decir, no hay comunidad por usar el mismo teléfono celular. No hay comunidad carcelaria por estar todos recluidos en un mismo penal. No hay comunidad educativa por enseñar y aprender en el mismo edificio. Hay consumo, reclusión y educación. La comunidad es muy otra cosa.

Algunas cuestiones sobre Participacion - primera parte-

Preludio

… a lo largo del texto irán apareciendo afirmaciones, presentadas de distintas formas, que, obviamente, corren por cuenta, exclusiva, de quien escribe. Es decir, si de una experiencia se deduce un principio político, esto implica que la responsabilidad de la deducción es individual (obviamente la individualidad se inscribe en lo colectivo y no supone individualismo todo lo contrario), cualquier afirmación no pretende hablar por nadie, ni representar a nadie, y ni siquiera –ni mucho menos- implica que quienes hayan participado de las mismas experiencias opinen lo mismo o necesariamente acuerden con las ideas expuestas…

… las citas a textos de distintas fuentes no busca regodearse en el supuesto “prestigio” que da leerlos, todo lo contrario, es simplemente el reconocimiento a ideas que circulan contemporáneamente y que permiten pensar la propia experiencia más allá de los saberes establecidos -que muchas veces funcionan como ataduras-. No sólo se trata de leer a tal o cual autor, sino de entenderlo (y esto no sucede con la frecuencia que uno quisiera…)

… por último el texto –su idea y realización- surge en el contexto, complejo y complicado, del conflicto entre los docentes de la ciudad de buenos aires y la nueva gestión de gobierno de marcada tendencia neoliberal,  prepotente y reaccionaria… en ese contexto comenzaron a aparecer nuevas situaciones generando inquietud y viejos paradigmas mostraron su inoperancia para lidiar con un Poder que aprende, siempre, mucho más rápido.

De ver si podemos aprender para no cometer errores evitables se trata este texto

 

Contexto

 

            Tal vez toda situación de conflicto exigen a quienes la atraviesan definiciones que, pueden o no, transformarse o producir acciones. Cada situación nos pone en la necesidad, y muchas veces la urgencia, de definirnos ante determinadas cuestiones, que, o no habíamos pensado o bien, al verlas a través del cristal de la realidad, modifican la impresión que de ellas teníamos.

            En el transcurso de este tipo de situaciones pueden darse distintas relaciones entre las ideas previas que tengamos, lo que creemos o sentimos y su puesta en acción, a saber:

-         que necesiten ajustarse a la práctica –sin claudicar o rescindir en nuestras ideas-

-         que sean imposibles de realizar y promuevan el abordaje a nuevas definiciones

-         o bien funcionen, e invariablemente se profundicen con su puesta en acción.

            De esto surge una evidencia: ninguna proposición, o idea, es inmune a las transformaciones que la acción genera (diferenciando, y oponiendo, entre transformaciones que profundizan lo propuesto y cambios oportunistas que abandonan las ideas iniciales por proposiciones más cómodas.)

 

            La sensación suele ser que la dinámica de cada conflicto reclama dar respuesta en tiempos más rápidos que nuestra capacidad de pensamiento y acción. Por ejemplo, en relación con el conflicto en el ámbito docente, aún estamos discutiendo, principalmente, sobre aspectos fundamentales en torno a la participación y la forma de organización.

            Esta discusión tuvo su aparición en la aparente contraposición que algunas prácticas asamblearias de pequeños grupos de maestras y maestros, en algunos distritos escolares de la ciudad, pareció generar a las prácticas sindicales tradicionales. Es decir aparentemente surgieron nuevas formas de, por lo menos, participar, que parecieron cuestionar la tradicional estructura sindical.

 

            Pero lo significativo es que la experiencia no se agota en esta contraposición.

            Fueron apareciendo otras instancias que, trascendiendo el conflicto, contemplan la problemática de la escuela pública dentro de esta sociedad. Y que además parten de esa problemática para poner, nuevamente, en cuestión la proposición de construcción de otra realidad, realmente, solidaria e igualitaria.

            Lo que resta responder es si esto fue/es realmente así.

            Si realmente aparecieron formas nuevas de participación.

            Si éstas, en virtud de qué ideas sostienen, permitirán la posibilidad de generar algún cambio, etc.

            Muchas cosas hay en cuestión, tal vez la incipiente experiencia nos de algún atisbo de respuesta.

            Si así no fuese valga la reflexión como crónica de un recorrido.

 

Encuentro

 

            A fines de 2007 nos cruzamos algunos maestros, en una asamblea en día de paro[1], que coincidíamos en estar trabajando en el mismo distrito escolar  - DE 13º, que reúne los barrios de Parque Avellaneda, Cildañez, Barrio Samoré y parte de Mataderos-.

De ese encuentro -elecciones a jefe de gobierno de por medio- surgió la proposición de juntarnos ante el panorama que se avecinaba, con la idea de generar un espacio de encuentro abierto a todos los maestros, por lo menos, de nuestro distrito escolar.

            Detrás de esa proposición había algunas cuestiones fundamentales que fuimos delineando en discusiones varias.

            En primer lugar consideramos que teníamos un principal inconveniente a enfrentar: el aislamiento -y la fragmentación consecuente- entre docentes. No sólo entre distintas escuelas del mismo distrito –ni hablar de escuelas de otros distritos-, sino, inclusive, dentro de cada escuela, siendo casi imposible encontrar un tiempo mínimo para discutir, en profundidad, con nuestras propias compañeras y compañeros problemáticas inherentes a la tarea pedagógica, y ni hablar de temas más generales como algún proyecto de ley de educación o la situación salarial, etc.

            Sin embargo este aislamiento y fragmentación sólo podrán considerarse tales si se comprende la enseñanza en la escuela como una tarea progresista, en donde se contemplan instancias de trabajo colectivo, de intercambio, de discusión y debate, de encuentro, etc. que van profundizando la propia práctica.

            Pero la escuela también, o tal vez por sobre todo lo demás, entraña un aspecto conservador, donde, justamente, el aislamiento y la fragmentación se vuelven imprescindibles. Ejemplo paradigmático de esto último es la conocida proposición de que cuando el maestro se encierra en el aula olvida todo para ser feliz enseñando.

            Estas dos proposiciones antagónicas conviven, expresándose en la paradoja inherente a la institución: la coexistencia del aspecto progresista –que considera el aprendizaje como necesario para la libertad de la persona- y el aspecto conservador –aquel que educa en la normalización y homologación de la persona de forma tal que sea gobernable-[2]. Todo esto para decir, si nos volcamos, más o menos decididamente, hacia el aspecto progresista de la enseñanza, la fragmentación y el aislamiento son un obstáculo a salvar (si nos volcamos hacia el aspecto conservador la fragmentación y el aislamiento son un refugio seguro)

            Aquel, pequeño, grupo de maestros del distrito 13º al intentar salvar ese obstáculo comenzamos a hacer algunas afirmaciones que irían cobrando importancia con el transcurso de las acciones.

            En primero lugar coincidíamos en resaltar la invalorable experiencia de cada maestra y maestro, y nos proponíamos sacar de esas experiencias las respuestas necesarias a toda problemática surgida en cada ámbito de trabajo[3]. De lo cual deducíamos la necesidad de generar espacios de encuentro, de discusión, que pudieran hacer surgir ideas capaces de usarse como respuestas. Estos espacios tendrían la principal característica de ser abiertos, es decir, que no hubiera condición de entrada más que la disposición a encontrar respuestas colectivamente.

            La propuesta nos parecía la justa en la coyuntura planteada. Al mismo tiempo implicaba un cuestionamiento a paradigmas naturalizados.        Básicamente, si existe un ámbito laboral, con problemáticas particulares, quien allí trabaja  algo tiene para decir y proponer sobre sus problemática y partir de ello para pensar, en conjunto con el resto de los que allí trabajan, soluciones.

            Por todo esto las propuestas iniciales convocaban al encuentro para compartir experiencias que dieran cuenta de problemáticas comunes, complementarlas con otras experiencias, discutir sobre ellas e intentar construir propuestas y respuestas surgidas de la discusión.

 

            Aquí nos chocamos con dos aspectos de la realidad escolar: la escuela como institución –con su paradigma vertical jerárquico y conservador- y la desmovilización general, de la cual el ámbito docente no es inmune.

 

            Por un lado la jerarquía: si existe una problemática particular en una escuela, y maestras y maestros de esa escuela generan una proposición de solución, ésta sólo podrá aplicarse si es avalada por la conducción, luego por la supervisión, y hasta podría necesitar la aprobación ministerial, con lo cual la información que el docente tiene de la situación y las propuestas que pueda dar a partir de ella, sumando la propia experiencia, termina valiendo poco, o nada (o termina dependiendo de la buena disposición de la escala jerárquica[4]).

            Otro aspecto de esta situación es que muchas veces no nos planteamos, ni siquiera, el intento de proponer cambiar situaciones en la creencia de que será imposible, producto de la experiencia o de una naturalización de toda situación indigna.

            Al mismo tiempo suelen llegar proposiciones o propuestas a las escuelas por la vía jerárquica que pretenden solucionar problemáticas que a veces son inexistentes, o bien terminan siendo ineficaces o intrascendentes por su carácter esporádico que muchas veces está más relacionado con los tiempos “políticos”.

            Estas situaciones, tan cotidianas en las escuelas, son profundamente desmovilizadora, con lo cual la propuesta de encuentro para pensar conjuntamente e intentar dar respuesta a problemáticas comunes no es convocante ni, mucho menos, masiva.

            Así fue que recibíamos el aliento, bastante efusivo, de compañeras y compañeros, pero en las actividades no lográbamos superar el pequeño número de quienes convocábamos[5].

            Sin embargo las discusiones que teníamos iban delimitando algunas ideas a partir de las que cada uno traía, y éstas a su vez iban profundizándose en el intercambio.

 

Principios

 

            Cada una de esas ideas puede valer como principio[6] que guíe la práctica.

            Un principio es eso, un punto de partida, aquello desde lo cual empezar a accionar.

            Sin embargo para convertirlo en un principio político no debe abandonarse nunca la práctica de ponerlo delante de toda proposición o de toda acción. O podría decirse que, justamente, un principio político es aquel que guía toda acción. Por lo tanto no debe ser un enunciado vacío, debe ser un enunciado que anuncie una práctica, a la vez que la sostenga. ¿Cómo podrían enunciarse estos principios a los que veníamos haciendo referencia? arriesgo unos enunciados:

  • quienes son afectados por circunstancias o problemáticas particulares son capaces de decir algo sobre el hecho en cuestión
  • a la vez, lo que cada quien aporte tiene que sumarse, necesariamente, a lo que digan otros, también afectados por la circunstancia común
  • esta suma de aportes debe darse en un espacio común de encuentro y discusión

           

            Esta serie de principios lleva implícita un cuestionamiento, una crítica: enunciar que cada quien tiene algo para decir sobre aquello que lo afecta y que eso que dice tiene la posibilidad de producir una respuesta a la problemática, afirma que toda intermediación es prescindible, y hasta indeseable.

            Estos principios cuestionan, entonces, la re-presentación y las instituciones que se sustentan en ella.

 

Encuentro (II)

 

            Sin embargo sucedió algo curioso, y que denotó cierta novedad.

            Si bien el cuestionamiento a la representación es casi una constante, éste no se manifiesta más que en un descontento, bastante generalizado, hacia las estructuras sindicales, pero que difícilmente traspasa el límite de la queja. Y en relación con las gestiones de gobierno, de cualquier tipo, la naturalización es tan grande que a veces ni alcanza la queja.

            La novedad surge cuando ese descontento, que puede basarse en un cuestionamiento, cruza ese límite de la queja y la desmovilización y tiene su manifestación en una acción.

            Con el conflicto en marcha, y agravándose, maestras y maestros del DE 12 – que abarca los barrios de Flores, Floresta norte, Paternal, Villa Mitre y Santa Rita- convocan a una reunión abierta a todo el que quiera aportar ideas, dudas o preguntas, con el claro propósito de enfrentar el conflicto de alguna otra forma, a construir en el encuentro y la discusión.

            Entre los hechos más significativos de la reunión está que ésta se transformó en una “verdadera”[7] asamblea, en donde cada uno de los presentes aportó sus opiniones, ideas y propuestas, se discutió llanamente y se llegó a conclusiones y propuestas surgidas de esas discusiones. De ese encuentro surgió una categorización del conflicto que excedía el planteo institucionalizado hasta el momento. Este exceso implicaba una definición de la situación en la cual el conflicto –planteado sólo a nivel salarial- era parte de una problemática más grande, y grave, es decir que la problemática incluía el plano salarial sin agotarse en él.

            A partir de esa definición se proponían tres espacios para pensar y hacia donde dirigir la acción:

  • un espacio hacia adentro; que planteaba la necesidad de discutir y organizarse con cada compañera y compañero en las escuelas, pero como espacio de formación, es decir, también se lo pensaba como necesidad propia de quienes estábamos allí.
  • un espacio hacia la comunidad: que planteaba la necesidad de difundir este diagnóstico de la problemática de la escuela pública, que excedía lo salarial, a la vez que buscaba contrarrestar –en la medida de las humildes posibilidades- la obscena tarea de los medios formadores de masas en desacreditar el reclamo docente, alineados claramente detrás de la nueva gestión de gobierno de la ciudad de bs as.
  • un espacio hacia el Poder/gobierno de turno: que planteaba la necesidad de hacer fuertes las medidas de fuerza, a la vez de proponer nuevas acciones, más allá de las tradicionales.

            Coincidiendo en que la complejidad, y complicación, de la situación nos ponía en la necesidad de accionar en los tres espacios a la vez.

 

            Esta asamblea entonces apareció como una situación extraña en el contexto del conflicto. ¿Por qué? ¿Dónde radica la extrañeza?

            En el modo de participación. Quienes estábamos allí no esperábamos nada de nadie, discutimos y consensuamos propuestas y acciones concretas a partir de una definición de la problemática que nos afectaba, definición construida en conjunto y consensuada in situ. En ningún momento se planteó tomar esas propuestas y llevarlas a alguien más para que las realice. La discusión implicaba, en sí, la realización.

 

            En esta asamblea el descontento se manifestó en acción, traspasando el límite de la queja. Esto es lo que dio cuenta de cierta novedad y de una potencialidad capaz de romper los viejos paradigmas naturalizados.

            De alguna forma esa asamblea del DE 12º estaba respondiendo a los mismos principios que sostenían las propuestas de los maestros del 13º.

 

Asamblea

 

            Aquí sobrevienen algunos aspectos en los cuales debemos ser cuidadosos.

            Una asamblea es una práctica[8]. No es una institución. Convocar a asamblea no es, solamente, convocar a reunirse, sino que debe existir una situación base que dice que eso es una asamblea, si se convoca para informar, convencer o imponer una idea anterior al encuentro no hay asamblea, hay otra cosa muy distinta. Vale decir, entonces, una asamblea es una reunión de personas, y, obviamente (pero no está demás señalarlo), no toda reunión de personas es una asamblea.

            El término asamblea proviene del francés assemblée que significa reunión de muchas personas convocadas para algún fin, derivada del verbo “assembler”, que no es otra cosa que juntar. Como se puede apreciar una práctica se denomina con un verbo.

            El cuidado debe tenerse con la tendencia a homologar esta concepción de la asamblea con otra distinta.

            Ronda por ahí otra concepción de asamblea que está relacionada con la democracia y que culmina, paradójicamente, en la representación.

            Hemos oído hasta el hartazgo la siguiente definición “democracia = gobierno (cracia) del pueblo (demos)”. En efecto la democracia era el gobierno del demos –que nos traducen como pueblo-. La trampa está en la definición de aquel demos confundida con este pueblo.

            El demos griego eran los ciudadanos de la polis –los politikós-. Pero no todos los habitantes de la polis eran ciudadanos, quedaban excluidas mujeres, niños, extranjeros y esclavos[9], (inclusive en determinados períodos sólo eran ciudadanos quienes descendían de padre y madre atenienses).

            Los ciudadanos –politikós- decidían sobre los problemas de su ciudad reuniéndose, discutiendo y consensuando. En estas reuniones no había jerarquías, cada uno de los ciudadanos –politikós- era igual, y tenía el mismo derecho a estar y opinar, que los demás. Es decir esta reunión era un encuentro de iguales, que discutía sobre los problemas que los afectaban y tomaban decisiones. Esto se nos traduce como asamblea, ya que cada ciudadano asistía al encuentro y debatía con sus iguales.

            Sin embargo se abren dos cuestiones. Por un lado este rasgo de igualdad –entre ciudadanos- es el que nos llega como inherente a la democracia, que, como se puede apreciar, es  relativo ya que esa “igualdad” excluía un enorme número de habitantes. Es decir, la igualdad griega era una igualdad para pocos. Vale señalar un dato no menor: como todos los ciudadanos tenían derecho a participar en las decisiones, estaban presentes, es decir no había re-presentantes, alguien que invocara la presencia de otro. De lo cual es deducible que una democracia representativa es por lo menos una incongruencia, tanto como una trampa.

            Por otro lado, nos traducen el órgano de discusión de esos ciudadanos-iguales (insisto, politikós) como asamblea. Sin embargo la palabra que utilizaban los griegos para ese órgano de decisión era ekklesía, término que implica exclusión[10]. Es decir los griegos sabían que hablaban de una igualdad restringida a unos pocos, por eso el término con el que nombran su órgano de decisión no es uno parecido al “assembler” francés, sino uno que denota exactamente esa restricción, y la exclusión tácita de su sistema de gobierno.

 

            Entonces el reparo radica en algunos puntos que no deben confundirse con otros que son antagónicos.

            La práctica asamblearia no puede ser representativa[11], sino que se nutre del pensamiento y la acción de quienes están presentes. Éstos no deben, ni pueden, hablar en nombre de quienes no están allí. El rasgo igualitario se da entre los presentes, que participan de la situación en igualdad de condiciones[12]

            A la vez el juntarse –assembler- no delimita una identidad cerrada que excluye. Quien esté presente opina, discute y arriba a conclusiones junto a los demás, más allá de la pertenencia o no al grupo producto de un lazo social particular[13], que puede estar convocando.

            Por lo tanto hay asamblea cuando la reunión de individuos se construye sobre la premisa de igualdad de los presentes y cuando al mismo tiempo, en tanto la reunión no establece un límite identitario, la igualdad se proyecta hacia cualquiera. La igualdad se hace efectiva en los presentes y es posible para todo el que llegue.

            Lejos está, entonces, esta concepción del encuentro o práctica asamblearia de la proposición de los viejos polítikós griegos de la igualdad para algunos.

            Y lejos también de las concepciones en las cuales mediante un algo complejo mecanismo de homonimia[14] o polisemia se confunde la delegación representativa con la participación.

            La delegación y la representación no son formas de participación.

            La participación es real o no es.

 

            Estos inicios que fueron, más que superficialmente, relatados implicaron un modo participación, por lo menos, desacostumbrada. Seguido de esto, un aprendizaje constante, desde el cómo de los modos colectivos de acción hasta los urgentes cambios en la comunicación y la escucha con los otros. Produciendo, me arriesgo a decir, una práctica solidaria, a contrapelo de lo propuesto por los cánones contemporáneos.

 

            En esto tal vez anide lo potente de estas experiencias que además de celebrar habrá que saber continuar y sostener.



[1] Esta asamblea era una de las llamadas “asambleas abiertas” convocadas por el sindicato Ademys (en tanto pueden participar afiliados y no afiliados), a donde muchos nos acercamos para ver si sucedía algo distinto.

[2] Si afirmamos que esta situación dicotómica es real en la realidad cotidiana de cada escuela –y lo afirmamos porque lo vivimos cada día- cabe preguntarnos cómo resolvemos esa dicotomía, para trascenderla.

[3] Personalmente nunca dejan de maravillarme las respuestas que cada maestra o maestro pueden dar a las distintas situaciones que surgen, fruto de la experiencia. A la vez no deja de indignarme como esas ideas o propuestas muchas veces se diluyen por el aislamiento que mencionaba anteriormente, siendo que compartiéndolas serían trascendentes para otras maestras, maestros y escuelas. La misma indignación, o mayor, me genera la subestimación desde diferentes ámbitos, tan disímiles, en apariencia, como gobiernos, medios de formación de masas y sindicatos.

[4] Para no mencionar que lamentablemente muchas veces los puestos jerárquicos están ocupados por gente de capacidad relativa y las más de las veces, personas de tendencia, por lo menos conservadora, cuando no directamente reaccionaria. Obviamente esto no es absoluto, existen en los cargos directivos gente de pensamiento abierto y dispuesto, lo cual hace resaltar mucho más lo anterior.

[5] Cabe aclarar que en virtud de saber que la convocatoria está siempre condicionada por la desmovilización fuimos proponiendo diferentes y paralelas actividades, desde un ciclo de cine mensual hasta encuentros para oponernos activamente al quite de las jornadas de reflexión institucional, además de distintas formas de participación. En todas hubo una mínima, o nula, respuesta activa.

[6] Sigo –más o menos, ya que no hay pretensión de ningún dogmatismo- la idea de que una política que no reproduzca los paradigmas de Poder establecidos y naturalizados debe sostenerse en principios para ser una política emancipativa del artículo “Algunas ideas para otra política” de Raúl Cerdeiras, revista acontecimiento nº 35, 2008. Si bien hay algunas cosas del mencionado artículo con las que no acuerdo, y otras que no entiendo, la idea de los principios como potenciales articuladores de otra política me parece potente, y de ella hago uso.

[7] El verdadera va entre comillas para explicitar algo que más adelante se desarrollará: una asamblea es una asamblea, no hay verdaderas y falsas asambleas, porque una asamblea es una práctica, si esa practica no sucede no hay asamblea, hay otra cosa, por lo tanto decir verdadera asamblea es una redundancia, de allí las comillas.

[8] Estas consideraciones que siguen aquí están tomadas principalmente de dos textos. Por un lado de “en torno a la anarquía”, libro de un compañero y amigo, Hernún, que no está editado pero se puede descargar desde http://hernun.com.ar/blogs/enta/descargas, y de los artículos “Los usos de la democracia” y “La comunidad de los iguales” de Jacques Ranciere, reunidos en el libro “En los bordes de lo político”

[9] No se nota cierta similitud con la actualidad?

[10] La etimología de ekklesía contiene el prefijo ek antecedente de nuestro ex, afuera, fuera de; y kléio que significa cerrar, aunque también se suele citar el mismo prefijo pero seguido de kaleo que significa llamar. Es decir ekklesía puede entenderse como sacar fuera y cerrar o sacar fuera para llamar a los que sí estarán dentro. De cualquiera de las dos formas hay exclusión en base a la desigualdad.

[11] Obviamente que se puede hacer una reunión representativa y decidir por quienes no están, y luego pretender que los que no están sostengan las decisiones hechas sin su aporte, y llamar a esto asamblea, pero en realidad esa reunión es otra cosa muy distinta. Y aunque parezca un problema de semántica, no lo es, muy por el contrario, se trata de cómo se nombran las ideas que se sostienen, y como se usan los nombres para el engaño o la trampa.

[12] Más allá de que hable más o menos, proponga o discuta más o menos. La situación de encuentro es la que propone la igualdad en tanto establezca la delimitación del tema o problemática a abordar.

[13] Es decir, en una asamblea de maestros –en el sentido positivo en que la estamos describiendo y proponiendo y como de hecho sucedió con la asamblea del DE 12- puede participar quien quiera con la única premisa de discutir sobre lo que se está discutiendo, y en este sentido se transforma en un espacio de formación cultural muy potente.

[14] Puede ser importante el análisis del concepto de homonimia aplicado a la discusión o los mecanismos de control, en donde pasa a nombrarse dos conceptos distintos con una misma palabra. No suele haber error o ingenuidad en estos mecanismos discursivos. Tal vez el caso más paradigmático sea el de la palabra Poder, que puede referirse a la dominación –cuando se trata de esta referencia suele usarse con mayúscula- o la potencia.

La vuelta

distintas personas tuvieron la buena disposición de responder, por correo electrónico, al envío del escrito "Inutilidad de todo Simbolo", como todas esas respuestas completan y amplian el texto mencionado, decidimos subirlos aquí para compartirlos, por distintas razones también decidimos no poner nombres.

acá van:

hola federico! estuve leyendo el texto de la inutilidad del símbolo, (...). me parece  super importante y necesario el pensamiento que se elabora interviniendo en lo actual, y en este sentido me pregunto cosas, tambien, a partir de la lectura, para entender algunos conceptos de tu nota.
desde el discernimiento positivo, eh? para seguir pensando y construyendo, asi que sere franca, honrando al pensamiento.
 
en una primera lectura, me costó entender la definicion de simbolo inútil. Esto te lo quería decir porque, como sabras, las lecturas externas sirven para ver el texto desde otro punto, y quizas ayude.
 
porque vos definis lo que es un símbolo pero de repente pasas a simbolo inútil  y me perdi.
en la tercera lectura entendi (quizas son mis neuronas). simbolo inútil porque la gestión despreciable la convierte, en un segundo, en inútil?
y no entiendo entonces, que definicion de inútil haces cuando hablas de macri en tanto empresario, y tampoco, al final, cuando decis "La mención de los hechos como símbolos se vuelve inútil". Vuelve inútil a los hechos? o al compromiso?
 
bueno, a la espera de dilucidar este concepto (que además he leído varias cosas donde lo inútil se ve como positivo, y que suena interesante para contrastar) espero que esta carta no se malinterprete en su intención. y que siga! saludos!
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Es muy doloroso lo que estamos viviendo.  Me parece que tu escrito está cargado de eceptisismo.  Quizás sea la realidad pero yo creo que siempre hay que dejar lugar para la esperanza.  Ayer estuve en la huerta y hoy en la puerta de la 11; había bastante gente pero creo que tendríamos que haber sido más.  Estas cosas no hay que dejarlas pasar.  Y creo que tenemos que unirnos todos, movilizarnos, hacer una movida grande.  Qué este hijo de puta no se la lleve de arriba.  Hoy tambien huvo despelote en Parque Chacabuco.  Quieren extender las instalaciones que ya tiene la policía porteña y quieren tomar parte de una escuela y el Centro Cultural Adan Buenos Aires y el Polideportivo.  Si los dejamos van por todo.  Ayer fué horrible ver las topadoras, había cantidad de canas. Parecía dictadura.
¿o lo es?

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(...) creo "lamentablemente" que es lo que sucede.

Pero me pregunto desde hace ya tiempo ¿donde esta la razon? Si a la gente le hablas de estas cosas y se piensa que le estas mintiendo o que estas loco.
Y mientras tanto lo unico que mueve los intereses de las personas es el dinero y la posibilidad de comprar comprar y comprar.

Bueno no se creo que es bueno seguir pensando otra reaalidad y buscar la forma de hacerla aunque sea de a poco.

Abrazo
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hola fede. lamentablemente, ante el desasosiego, no se puede más que dar una abrazo, una palmada y a seguir. la verdad es que esto de la ucep y el desalojo de a huerta me pega mal. encima lo veo venir como el avance de una ola represiva que fatalmente la olí allá por 2003, ni bien asumió kirchner. en fin. es fundamental que no nos muerda la impotencia.

abrazo,
h.

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Querido Federico!!
Sí.................ver la inutilidad para seguir bregando....
Pero no nos olvidemos que el 63% lo votó.............y con esos nos encontramos en todas partes........
Abrazo enorme !!!! 
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sí, me enteré de lo de la huerta. también parece que la cana levantó pibes en los alrededores por simple portación de cara y a uno lo dejaron en el durand... siempre nos queda la alegría de que cuando de narvaez sea presidente, todo podrá ser peor!
un asco
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No te olvides de la 31, que a duras penas está resistiendo una versión paródica de la tragedia del Plan de Erradicación de Villas de Emergencia, de Onganía: congelar, desalentar, erradicar. Para eso censa y prohibe entrada de materiales; se reproducen el paco y los choreos entre vecinos; se cortan prestaciones sociales...
Pero de a poco, los/as vecinos/as se están organizando y resisten; con las dificultades propias de la época y de tanta experiencia fallida.
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bueno, todo no esta perdido, hoy escuche en la TV publica que la defensora de la ciudad se esta moviendo para impedir que la policia porteña realice su entrenamiento en el paque. chacabuco. porque.evidentement e, tambien estaba afectado.... ..
la verdad, no sè, hay tanto para reclamar que deberiamos dejar de hacer todo lo que hacemos e instalarnos en el juzgado, vivir en carpa ahì, que se yo, hay tanto que decir y por lo que luchar que ya se nos pierden de vista un monton de cosas y lo que es peor de personas
lo importante que lo injusto no nos sea indiferente! !!!!! muchos ya lo son, lamentablemente, los primeros son nuestros representantes. ....
saludos indignados.

Inutilidad de todo Símbolo

 

Cada vez parece quedarnos menos espacio para un otro pensamiento que apunte a otro hacer. Cada vez parece quedar menos por hacer, porque ni siquiera podemos esgrimir un pensamiento útil (cuando hablo de pensamiento no hablo de razonamiento y cuando hablo de utilidad no hablo en términos de mercancías). Y esto es una gran victoria, al mismo tiempo que nuestra trágica derrota.

 

Nuevamente la gestión (en el sentido más despreciable del término) de gobierno de la ciudad de buenos aires se ha dado el lujo de mostrar la terrible inutilidad de todo símbolo. ¿Y con ello nuestra incapacidad de pensar y hacer?

No quiero, por tiempo y espacio, sumergirnos en una digresión semiótica. Simplemente señalo que es posible “leer” un hecho como símbolo de algo, gracias a un sencillo mecanismo de representación. Esto –símbolo- representa a través de una imagen o un hecho aquel algo que es lo suficientemente amplio o vasto que se desdibuja para nuestra comprensión.

Y al mismo tiempo digo que esta posibilidad se va agotando.

 

Hechos (I)

 

Hoy -18 de Mayo de 2009- aproximadamente a las 5 de la madrugada sin orden judicial, el Jefe de Gobierno de la Ciudad Mauricio Macri ordenó el desalojo por la fuerza de la “Huerta Orgázmika de Caballito” (sita en terrenos del Estado Nacional linderos a la calle Rojas y las vías del ferrocarril Sarmiento)

50 efectivos de la Policía Federal y la Policía Ferroviaria conjuntamente con la Guardia de Infantería pertrechada de cascos y escudos antimotines más un carro de asalto para la eventualidad; actuaron acompañados por el empleado Director del CGP6 Marcelo Iambrich para ejecutar la ocupación de dicho predio. Además de las fuerzas mencionadas intervinieron 2 topadoras que hicieron tierra rasa con las plantas del lugar.

La Huerta es un emprendimiento comunitario iniciado en febrero del 2002 sobre un terreno baldío de dimensiones muy modestas (10 mts x 10 mts) sobre el que el Gobierno CBA no tiene potestad.

En noviembre del 2007 el Juzgado Nacional en lo Correccional N°5 falló en favor de los vecinos que desempeñaban tareas en dicho emprendimiento constituidos en Asociación Civil “Casa de Desarrollo Social y Cultural Giordano Bruno”. Dicho Juzgado ordenó seguidamente, el archivo de la causa por INEXISTENCIA DEL DELITO DE USURPACIÓN.

El desalojo, por lo tanto, ES ILEGAL porque no existe ningún decreto firme que autorice la medida.

Las autoridades que lo encabezaron no presentaron ninguna documentación que respalde la medida. El subcomisario de la comisaría 13° sólo atinó a decir que “hay un pedido de la secretaría de Salud Pública que pide la urgente intervención de las autoridades para combatir el peligro de dengue; y en la huerta se constató que existe una bañera en desuso la cual podría ser un foco de peligro para los vecinos” (extraído de http://orgazmika.blogspot.com)

 

Símbolo inútil (I)

 

1 pedacito de tierra en el medio de la ciudad, sembrado orgánicamente, 7 años de trabajo, arrasado por 2 topadoras y más de medio centenar de efectivos de fuerzas represivas locales.

Símbolos inútiles (I)

 

- En un espacio donde funcionaba un proyecto para pibes se instalaron las oficinas de la policía porteña.

- en donde funcionaban los talleres centenarios del teatro Colón se proyecta instalar confiterías, restaurantes y gift shops.

- el gobierno de la ciudad crea la UCEP –Unidad de Control del Espacio Público-… en realidad acá no hay símbolo, sino literalidad, un “grupo de tareas” oficial, como la vieja AAA

- ante la destrucción –literal del Colón- con la consecuente imposibilidad de trabajar, los trabajadores –artistas de todas las áreas de la música que se desempeñan allí- irán a cumplir tareas a los hospitales municipales más cercanos a sus casas, es decir de vestuarista, cantante, zapatero, etc, a repartidor de turnos en hospital.

- un empresario, que seguramente no trabajó en toda su vida, devenido en gobernante, llama “vagos” a los docentes que paran en reclamo por mejora salarial.

- mientras se re-pavimentan calles que no lo necesitaban, se hacen ochavas, boulevares –todo sobrevaluado- se intenta cerrar el pabellón central del Hospital Borda –lo que equivale al cierre del Hospital- por no invertir en las refacciones necesarias.

 

Símbolo inútil (II)

 

El primer símbolo inútil de esta tragedia es, simplemente, que un empresario (en el sentido más despreciable del término) es jefe de gobierno.

 

Imposibilidad (I)

 

¿Alcanzan estos hechos-símbolos para cartografiar la catástrofe? ¿Alcanzan estas representaciones de la realidad para movilizar(nos) en su contra? ¿Se seguirá pensando que la solución pasa por un voto cada tanto? ¿Se evidencia la tragedia en la que estamos sumergidos con la comunicación de estos hechos-símbolos? ¿Se seguirá pensando que la solución la traerán los “dirigentes”? ¿Se seguirá viendo pasar todo de brazos cruzados? ¿Se seguirá esperando que todo lo resuelvan otros, no importa si roban, reprimen o arrasan un poquito?

Hundidos en la tragedia ésta se nos vuelve natural.

La mención de los hechos como símbolos se vuelve inútil.

Y entonces ¿resta algo por hacer que no sea seguir hundiéndonos?

 

Imposibilidad (II)

 

¿Es posible pensar hechos aparentemente tan disímiles como dentro de un mismo mapa, como partes de una misma situación?

Médicos del Borda, y de cualquier hospital público, maestras y maestros, artesanos y artistas de un teatro y tantos más a quienes no nos agrada la idea de ahogarnos en semejante lodazal ¿Nos es posible pensar(nos) como actores de una misma situación? ¿no? ¿es posible hacer algo por los otros nosotros? ¿tampoco?

 

Hacer

 

Cada vez parece quedar menos por hacer.

Pero eso que quede, habrá que hacerlo.

 

f. (y sí, otra madrugada, esta vez de mayo)

De pasados, presentes, culturas y trabajo

La huelga general del 1º de mayo de 1886 perseguía un fin: reclamar ocho horas de trabajo bajo el lema: “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”. Esta simple consigna contiene tanto la lucha por las condiciones de trabajo como sus consecuencias en la vida de todo trabajador. El desarrollo de luchas obreras durante la primera parte del siglo XX provocó mejoras en las condiciones laborales, costando esfuerzo y muchas vidas a los trabajadores. Sin embargo, sus conquistas fueron perdiéndose en la última parte del siglo, dejando a los trabajadores en condiciones parecidas a las del siglo XIX.

¿Por qué se perdieron? Por muchos factores. Uno de ellos, tal vez de los más importantes, fue y sigue siendo la destrucción de la cultura obrera: la destrucción del modo de pensarse a sí mismos que los trabajadores, en su gran mayoría, tenían, propagaban y afianzaban a cada paso.

CRISIS DE LA CULTURA OBRERA

“¿Quiere que le diga cuáles son las ideas más importantes que nos hacen ser como somos? Son tres: La Solidaridad, La Fraternidad y el Apoyo Mutuo. Con esos tres eslabones se puede enarbolar una bandera. La Solidaridad es la de aquel que por oportunidad dispone de un pedazo más de pan y se lo brinda a otros. La Fraternidad trata del amor al prójimo: los trabajadores se abrazan en una batalla por conseguir un Convenio mejor. Y el apoyo Mutuo significa que uno con otro y otro y otro van formando un bastión. Y ahí se va a tropezar el que viene a embestir.” J. Domingo Trama[1]

Paralelamente a la conformación de una cultura sostenida en estos vínculos, las clases dominantes introducían cambios en la manera de organizar el trabajo que, combinados con distintas acciones represivas y de control, minarían la cultura obrera. Antes, dentro de los ámbitos laborales la circulación de conocimiento giraba en torno a la especialización. Ésta implicaba un saber que iba pasando de los obreros especializados a los aprendices, luego de un largo proceso de aprendizaje del oficio. Una característica principal de esa cultura obrera era que el dominio del oficio se traspasaba de trabajadores a trabajadores, estableciendo vínculos y códigos en un proceso regido exclusivamente por obreros.

“Aprendieron a verse como una clase obrera única, y a considerar este hecho como el más importante, con mucho, de su situación como seres humanos dentro de la sociedad (…) Los unía, por último, el elemento fundamental de sus vidas: la colectividad, el predominio del “nosotros” sobre el “yo”. Lo que proporcionaba a los movimientos y partidos obreros su fuerza era la convicción, justificada, de los trabajadores de que la gente como ellos no podía mejorar su situación mediante una actuación individual, sino sólo mediante la actuación colectiva”[2]

El fordismo y el taylorismo impactaron en esta característica: como los requerimientos para la “cadena de montaje” eran mínimos, no había necesidad de calificación en el obrero. De aquí que el nuevo movimiento obrero fuera diferente al del período anterior: “La nueva organización obrera sufre un cambio en la fuente de su poder. Mientras que los sindicatos de oficio lo basaban en el saber hacer, el nuevo sindicato lo basará en su unidad, su masividad[3]. Se pasa de la transferencia y circulación de los conocimientos dentro de los trabajadores a una dependencia de la clase dominante.La cultura obrera, que además del aprendizaje de los oficios contemplaba escuelas, ateneos, bibliotecas, prensa y grupos artísticos, comienza a disgregarse. Los trabajadores comienzan a perder autonomía y ganar dependencia.

Cabe señalar que en este período es donde empiezan a aparecer lo grandes medios de comunicación de masas (radio y TV) que cumplen en esta época un importante rol de dominación y control para el conjunto de la sociedad.

CRISIS DE LA ORGANIZACIÓN

Los gremios organizados y los sindicatos fueron las formas de organización que expresaron la cultura obrera, identidad de clase basada en la autonomía. Sin embargo, con la transformación al sindicalismo de masas “…los vínculos de identidad y pertenencia comenzaron a debilitarse y a fortalecerse los instrumentales: vínculos de tipo utilitario, para conseguir una meta, que resultan alienantes y destructores de la identidad y la autonomía (…) Pasan a convertirse en “agencias prestadoras de servicios y asesoramientos”, se produce una disociación entre el movimiento social y la acción reivindicativa y dejan de jugar un papel anticapitalista para actuar como reguladores dentro del sistema”[4]

SOBRE LOS OLVIDOS

Los cambios hacia dentro de los ámbitos de trabajo, el papel que juegan los sindicatos de masas y la instalación, progresiva y a la vez violenta, de políticas neoliberales fueron erosionando y transformando no sólo la cultura obrera sino también su memoria colectiva, destruyendo los canales que podían asegurar su transmisión.

"Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan.”[5]

CULTURA DE DOMINACIÓN

La crisis de la cultura obrera y su potencial desaparición implicó su reemplazo por otra. Donde antes circulaba una identidad capaz de oponer su fuerza a las diferentes formas de opresión, aparece un control disperso operado a través de herramientas, disímiles pero combinadas, como la tercerización laboral, la subocupación, la desocupación y nuevas formas de esclavitud, la acción de los medios formadores de masas y el consumismo, consolidando una nueva cultura: una cultura de dominación.

SOBRE LAS MEMORIAS

Sin embargo, por distintos medios, la memoria de esa cultura obrera de fines del siglo XIX y comienzos del XX llega hasta nosotros en este presente regido por un poder disperso pero efectivo en desarticular solidaridades, en aislar reclamos de iguales y en frenar la organización fraterna.

“Entre los trabajadores del Carro, había uno que se llamaba “copador”, faltaba uno y entraba él y copaba. Y cuando el otro hacía los cinco o seis días de la semana, un día se le daba a él, no se le daba la plata: se le daba el carro y que fuera a trabajar (la llamada “changa solidaria”). El día solidario. Entonces cada tropa, cada corral, tenía un hombre en la puerta, o dos, para ser solidarios (…) Usted iba a trabajar, cuando trabajaba dos o tres días, se equiparaba el sueldo. Yo faltaba un día a la semana y entraba a trabajar otro compañero. Se le exigía al patrón que tomara al compañero. Y así sucesivamente” Osvaldo Damonte.[6]

SOBRE EL DESPUÉS

¿Es posible rescatar la memoria de aquella cultura obrera y a partir de ella generar una cultura que recupere lo mejor de esa tradición y permita construir un presente de dignidad para los trabajadores? ¿O las crisis que devinieron en derrotas son irremontables? Responder a preguntas como éstas puede ser una tarea necesaria en este después que vivimos como presente.

f.



[1] En La razón de las masas, de Nicolás Doljanin

[2] En Historia del siglo XX, de Eric Hobsbawn

[3] En La mirada horizontal, de Raúl Zibechi

[4] Ídem nota 3

[5] En El Cordobazo, por Rodolfo Walsh

[6] Ídem nota 1